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AL CIERRE
Columna
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Teoría de la acera generosa

La ciudad es eso que encuentras cuando sales de casa. Por eso es importante la amabilidad de la cosa. Caminaba yo por Balmes cuando de golpe me di cuenta de que algo había cambiado. Claro, el ancho de la acera. Balmes no seguía la pauta del Eixample: desnuda de árboles y con aceras impracticables como tributo al paso del carril. El tren hace décadas que circula bajo tierra pero lo sustituyó el culto al coche, y nadie se detuvo a pensar que esas aceras asmáticas estaban condicionando la vida comercial -sin paseo no hay tiendas y sin comodidad no hay paseo- e incluso la vida diaria de una calle muy principal. Balmes era ruido, hollín y desierto.

Ahora han engordado las aceras y pronto al cambio de cara seguirá un cambio de vida. Pero, claro, que las aceras anchas sea una idea espléndida en Balmes no quiere decir que lo sea en todas partes. El Ayuntamiento tiende a una aplicación mimética de soluciones que deberían pactarse con la realidad en cada caso. En mi barrio, convencional pero escaso de comercio, han engordado aceras en calles secundarias, incapaces de encajar tiendas en fachadas que no las han previsto. Pasan a pie dos personas por día. La acera generosa se ha comido, de paso, el espacio para aparcar, y no seré yo quien defienda la costumbre incivilizada de ocupar lo que es público con un armatoste privado, pero hay que reconocer que no hay en la zona demasiadas alternativas. No sé qué estarán pensando los vecinos callejeros ahora mismo.

El urbanismo de plantilla no es buen consejero. Una vez, el Ayuntamiento descubrió que concentrando en vertical la capacidad edificatoria, liberaba terreno alrededor para una desleída zona verde. Ahora proliferan los bloques sueltos, estimulados por el hecho de que muchos son equipamientos, pero cargándose la continuidad que hace de Barcelona una ciudad y no un 22@ cualquiera. Que los técnicos municipales no piensan, sino que dibujan, lo demuestra el hecho de que, en la futura Diagonal, quieren que la gente camine entre los árboles, lejos de las tiendas de una calle que debe su vitalidad peatonal precisamente al comercio. Con lo fácil que es salir a mirar.

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