"A los 18 años supe que mi padre mató a mi madre"
Alejandro Gómez Uriol recibió un mazazo a los 18 años: "Tu padre disparó tres tiros a tu madre cuando tú tenías un año y medio. La mató". Su tío, que había guardado silencio durante años, se lo soltó a bocajarro. Las piezas de su puzle vital, que él había completado malamente a base de imaginación, encajaron de inmediato. Entendió de pronto las peleas entre su familia paterna y materna, los grandes silencios cada vez que mencionaba a su madre. "Fue como si me dieran un puñetazo", recuerda. "Me quedé aturdido unos instantes. Cuando recuperé la conciencia, nada volvió a ser lo mismo. Durante estos años he tenido que valorar qué pesaba más, si un padre o un asesino. A este último no me lo he podido quitar de la cabeza, así que he decidido no verlo más. Para mí, no existe".
Él sólo tenía un año y medio cuando Mari Carmen recibió tres tiros mortales
Pedro, el padre de Alejandro, mató a Mari Carmen a principios de los setenta. Era otro mundo, y más en cuanto a la percepción social de la violencia de género. Cuando se conocieron, él era inspector de policía; ella, estudiante de Farmacia. Siendo aún novios, la mujer se quedó embarazada y se casaron. "Desde el principio hubo malas formas, que después se convirtieron en malos tratos físicos y psicológicos", relata Alejandro. "Ella sólo se lo contaba a su hermano Pepe, y con la condición de que no se lo dijera a nadie. Vivió un infierno de totalitarismo hasta que se hartó y se separó".
Él empezó a acosarla; la esperaba fuera de su casa, la perseguía para intimidarla. Mari Carmen, que apenas superaba la veintena, había retomado sus estudios y solía quedar con unas amigas para estudiar en una casa del barrio de Arguelles, en Madrid. Pedro la siguió. Cuando salió, le pegó tres tiros. La muerte fue instantánea. "Él tenía que pasar ese día conmigo. Pero me dejó en casa para poder asesinarla".
Pedro fue condenado a 18 años de cárcel por parricidio, pero sólo cumplió tres y medio. "No sé cómo, pero consiguió estar dentro de la amnistía del año 76". Cuando salió de prisión, Pedro fue a recoger a Alejandro al colegio y se lo llevó a su casa sin decir nada a nadie. El niño vivía entonces con su familia materna, que denunció al padre por secuestro, pero un juez dio la custodia de Alejandro al policía parricida.
"Viví con él varios años y veía a veces a mi familia materna. Pedro [como llama siempre a su padre] y yo no nos llevábamos bien, así que a los 14 años me fui a vivir con mis abuelos a Calatayud". Durante esos años, nadie le dijo nada. No sabía cómo había muerto su madre. "Por eso empecé a construirme un mundo imaginario, necesitaba referencias". Hasta que llegó el golpe en forma de verdad revelada. Se borraron entonces sus recuerdos anteriores a los 14 años, la vida con su padre. "Mi mente los ha eliminado. Apenas me acuerdo de nada".
Después de los 18 siguió viendo a su padre, pero cada vez menos. Nunca se atrevió a preguntarle por qué había matado a su madre. Hace un año, y después de 10 de terapia psicológica, una vez que pudo asimilar su pasado, colocarlo en cajitas y ordenarlo, decidió eliminar de su vida a su progenitor. "Desde la serenidad, sé que no quiero tener relación con esta persona", asegura a sus 39 años. En España hay centenares de niños que se han tenido que enfrentar al dolor de que su padre haya matado a su madre. Las condiciones actuales son distintas, ningún juez daría la custodia de un niño a un padre asesino, pero el trauma es el mismo. Este mismo año, los hijos de Izaskun Jiménez presenciaron cómo su padre la apuñalaba hasta matarla. La hija resultó herida por intentar defenderla. El hijo de cinco años de la primera víctima mortal del año sólo acertaba a decir ante el cadáver ensangrentado de su madre: "Mamá ha muerto". Una cesárea de emergencia salvó a un bebé de nueve meses de morir junto a su madre: su padre, de 20 años, había pegado un tiro en la cabeza a su novia embarazada. Alejandro Gómez tiene dos hijos. La pequeña nació la semana pasada. Se llama Zoe, "que significa vida", en honor de su madre.
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