Obama en Pekín: ¿un mundo bipolar?
Para lograr un multilateralismo eficaz hay que desarrollar una arquitectura institucional flexible y abierta, que incluya el reforzamiento de la ONU como instrumento de la gobernanza política
En el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín, Barack Obama viaja a Pekín. Esta frase de T. Garton Ash en EL PAÍS de 23 de noviembre expresa gráficamente el impacto de la visita del presidente estadounidense a China. En este contexto, toma fuerza la idea de un mundo bipolar en el que las dos grandes potencias condicionan las relaciones internacionales. ¿Es esto cierto? Y, en la medida en que lo sea, ¿hemos perdido la esperanza en un orden multipolar?
Hemos construido unas categorías que nos permitan entender lo que está pasando en el mundo. Así, hablamos de uni-, bi-, multipolaridad. Buscamos instrumentos de análisis seguros que, sin embargo, no pueden dar cuenta de la complejidad del momento.
Tras el fin de la guerra fría la bipolaridad no dio paso a la multipolaridad, sino a la hegemonía
¿Vamos por fin hacia un escenario global con muchos, o varios, centros de poder?
Con la caída del muro finalizó la guerra fría. Aspirábamos entonces a protagonizar el paso de la política de bloques a la multipolaridad. Pero la bipolaridad no dio paso a la multipolaridad, sino a la hegemonía. Es el mundo unipolar, dijimos, por mantenernos dentro del esquema. Ocupa de nuevo el escenario la superpotencia que condiciona y decide buena parte de la marcha del mundo.
Esto duró una década. El 11-S cambió las cosas. La ceguera política permitió unas respuestas anacrónicas, propias precisamente de la guerra fría y, por tanto, ineficaces, porque la seguridad había alcanzado nuevos perfiles y los medios de reacción no eran adecuados. Pero al final caímos en la cuenta de que ni siquiera la superpotencia podía arreglar por sí sola los problemas globales. Irak, Afganistán, Pakistán acabaron con la ficción unipolar.
Y aquí llega la incógnita. La incertidumbre sobre el futuro se instala en un mundo sometido a enormes tensiones. Algunos añoraban paradójicamente la bipolaridad, porque el mundo, decían, al menos sabía a qué atenerse cuando el enemigo era seguro. Tenemos identificadas las grandes tendencias estratégicas: el crecimiento de la población, los flujos migratorios, la escasez de recursos energéticos y de agua son variables fundamentales. La extensión de la pobreza, la brecha tecnológica, los nuevos problemas de la seguridad, apenas entrevistos en el pasado, corren también en paralelo al llamado paradigma verde (cambio climático + depredación ambiental) que funciona como un multiplicador de amenazas. Estas tendencias provocan profundos reacomodos geopolíticos y no pueden enfrentarse sino globalmente. Ante esta situación, la cuestión de fondo es si estamos ante la refundación de un orden internacional basado, de nuevo, en la bipolaridad.
Algunos sostienen que las fórmulas serán nuevas. R. Haas, presidente del Council on Foreign Relations, prefiere hablar del momento apolar o no-polar porque la multiplicidad y dispersión de actores en el orden internacional, que es producto de la globalización, dispersa o difumina el poder. Pero vuelve, en cualquier caso, la lectura de la bipolaridad, como si una cierta nostalgia de "aquel mundo seguro" se hubiera instalado entre nosotros: en nuestra sociedad interdependiente las cosas son más fáciles cuando hay menos interlocutores. Se habla, pues, del G-2, formado por Estados Unidos y China, que podría tener por horizonte al final del recorrido la Chimérica que imagina un autor inglés.
Entre las dos naciones condicionan, en efecto, el desarrollo de la humanidad, son dos superpotencias. Lo es Estados Unidos y nadie duda de la emergencia de China, una de las más importantes novedades geopolíticas de la época contemporánea. Es cierto, nada de lo que pasa en el mundo con alcance global se explica sin el concurso de las dos naciones que, además, se necesitan mutuamente.
Pero no son estos todos los datos. El escenario internacional cuenta hoy con potencias emergentes, aún de carácter regional pero de vocación claramente global, que representan un gran volumen de población y que disponen de un alto porcentaje de los recursos del planeta. La gran construcción política que es la Unión Europea a 27, aun con sus carencias, es un protagonista muy relevante en las relaciones internacionales. Por otra parte, hay nuevos actores en el escenario. No son sólo naciones, ni son sólo de naturaleza pública y toman la forma, por ejemplo, de grandes empresas y de organizaciones influyentes en todos los campos. A su vez, las relaciones internacionales son cada vez más complejas y los riesgos difusos que afectan a la seguridad, que habíamos detectado la década pasada, son hoy más intensos, inestables y dispares.
Por lo demás, no aparece en el horizonte una sociedad internacional que comparta en grado suficiente valores y objetivos desde la que se pueda construir una plataforma unitaria para enfrentar los problemas globales. Estados Unidos y China pueden ponerse de acuerdo, por ejemplo, en condicionar el ritmo de la solución de los problemas ocasionados por el cambio climático o en algunas medidas financieras para hacer frente a la crisis. Pero hay divergencias sustantivas en cuestiones básicas, como el entendimiento de la democracia, la transparencia y los controles institucionales, en medidas de política exterior sobre proliferación nuclear (Irán, Corea del Norte) y otros problemas centrales sobre los que pueda construirse un orden nuevo. El propio viaje del presidente Obama, asentado en el reconocimiento previo por su parte de la condición de China como strategic partner, ha tenido resultados escasos y ha puesto de manifiesto las grandes divergencias, como sostiene el editorial de Le Monde del pasado 12 de noviembre, que califica la relación entre ambas naciones como una "relación dialéctica".
En definitiva, no basta la unipolaridad, pero tampoco la bipolaridad. Y la pregunta es: ¿vamos por fin hacia un escenario global caracterizado por la presencia de muchos, o varios, centros de poder o influencia, de diferente naturaleza? Esto sería multipolaridad. La respuesta debe ser afirmativa: operamos ya en un entorno multipolar, con un poder distribuido, aunque asimétrico porque se reparte desigualmente entre los diferentes actores de las relaciones internacionales que, por tanto, tienen diferente nivel de influencia. Caminamos hacia una multipolaridad imperfecta o, mejor dicho, hacia un multilateralismo sin multipolaridad.
Pero, ¿quién gobierna todo esto? Tenemos en este momento instituciones poco representativas, porque han sido creadas para un mundo que ha dejado de existir; hay, pues, un déficit de legitimidad en la gobernanza global. Al tiempo, nuestras instituciones tampoco son eficaces. Estos son los retos del mundo multipolar.
En este momento hay una tendencia que envuelve todo: la crisis económico-financiera. Para enfrentar la solución de los problemas se ha planteado, por una parte, la reforma de los organismos internacionales de la gobernanza económica. Por otra parte, la búsqueda de nuevos parámetros con que responder a las necesidades de un momento especialmente complejo, ha encontrado en la fórmula G una vía de escape. Es indudable que el G-20 alcanza un importante grado de representatividad, como lo demuestran las magnitudes conjuntas de carácter económico y social de los Estados miembros. A la vez, el número limitado de componentes ofrece garantías razonables de eficacia. En cambio, el modelo adolece de algunas carencias, entre las cuales destaca la ausencia de un multilateralismo real. En efecto, un planteamiento multilateralista no puede estar completamente cómodo con el formato utilizado que, por cierto, parece tender a su consolidación, ni tampoco con la invasión del espacio político que corre el riesgo de verse incluido en una entidad creada para la gobernanza económica.
Para gobernar adecuadamente el momento, y también para enfrentar la crisis, hay que desarrollar una arquitectura institucional flexible y abierta, que incluya el reforzamiento de Naciones Unidas como instrumento de la gobernanza política, a pesar de todo, más consistente y que combine los nuevos formatos con instrumentos de carácter regional y con organismos sectoriales para administrar los problemas que hoy tiene planteados la humanidad. Este sistema complejo, bajo el imperio de la legalidad, puede entenderse como el núcleo sustancial de la idea multilateralismo eficaz, que forma parte del acervo europeo.
Gustavo Suárez Pertierra es presidente del Real Instituto Elcano.
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