Músculo nacional
Que el hecho nacional para consolidarse requiera una apremiante concreción deportiva ya dice mucho sobre su peculiar naturaleza. La nación necesita confrontarse para estar viva y encuentra en las canchas deportivas un lugar inagotable para hacerlo. Lejos de sublimar las pasiones nacionales arrinconándolas en un margen simbólico, como se suele argüir en su defensa, lo que hacen los enfrentamientos deportivos es mantenerlos en vigilia, en un permanente estado de movilización que hallará su realización más cruenta cuando le llegue el momento. Simplifiquemos pues la teoría: una nación no es mucho más que un club. Y pongámonos estupendos: desaparecido el servicio militar, los auténticos lugares de instrucción patriótica son los estadios.
Por todo ello, no será extraño que la reciente resolución aprobada en el Parlamento vasco -para que la selección española de fútbol vuelva a jugar en tierra vasca y para que la Vuelta haga lo mismo- vaya a provocar entre nosotros una auténtica remolina. De entrada ya ha sido rechazada por los nacionalistas, quienes, ¡oh angelitos de las praderas!, han alegado que si se quiere mezclar deporte y política no se cuente con ellos. Los de Aralar, más coherentes, también se han opuesto, aunque añadiendo que no les importará que la selección juegue aquí si es para enfrentarse con la selección de Euskadi, esto es, para la guerra. En cuanto a lo de los ciclistas, debe de ser que confunden la serpiente multicolor -¡caramba, qué cosas estoy llegando a decir!- con una división acorazada hollando tierra sacra.
Las reacciones suscitadas, y las que hayan de venir, ya explican por sí mismas lo insólito de esta situación. ¡Qué diablos hace un parlamento ocupándose de esas cositas! Nunca nuestro Parlamento, ni ningún otro, tuvo que aprobar una resolución para que el Tour se iniciara en San Sebastián, pese a la secular opresión a la que el Estado francés somete a Iparralde y, por extensión, a Euskal Herria. ¿Por qué ahora sí ha de hacerlo, como si se tratara de abrir las puertas de la ciudad sitiada? La cosa es de risa, pero retrata a la perfección nuestros deliriums tremens, variedad txakolinazea. Estamos rodeados por el enemigo, que todos sabemos quién es, y quiere invadirnos. Derruida la muralla simbólico-deportiva que habíamos construido para defendernos del asedio, ¿qué nos queda?
Nos queda el regreso a la cordura, el abandono de nuestras fantasías bélicas, únicas que podrían explicar esta situación que ahora se trata de remediar. Lo que el Parlamento vasco ha decidido es abrir no las puertas de la ciudad sitiada, sino las de la ciudad cerrada, y cerrada desde dentro, en una manifestación más de un delirio que carece de razón de ser. Ignoro si Euskadi es una nación, y no es éste un asunto que me quite el sueño, pero me fastidiaría mucho que no fuera más que un club. Podría ser un país, que es algo menos restrictivo que una nación, un club, un equipo de fútbol o cualquier otra arma de combate.
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