Desánimo en el tripartito
Los ánimos del tripartito catalán están por los suelos. Cuando falta de un año para las elecciones, un alcalde, un concejal, un ex diputado socialistas comparten las modernas instalaciones de la prisión de Soto del Real por el caso Pretoria de supuesta de corrupción urbanística. Con un PSC bajo sospecha y una Esquerra Republicana que se enfrenta a la dispersión del voto independentista, el panorama de futuro para una reedición del tripartito es más que sombrío. Sobre las divisiones del soberanismo catalán -como en el caso de las fitnas entre los seguidores de Alí y los califas- caben pocas soluciones. Para la izquierda globalmente hablando, resultan mucho más preocupantes las imputaciones judiciales y el aroma de corrupción que desprende el encarcelamiento de un alcalde socialista y toda su corte de colaboradores.
Lo legal y lo ético, que deberían ser sinónimos para la izquierda, no lo son para la derecha, que sólo exige lo primero
A la tesis de que la corrupción pasa factura por igual a derecha y a izquierda, le responde la testaruda realidad. Lo legal y lo ético, que deberían ser sinónimos para la izquierda, no lo son para la derecha. La absolución judicial, la prescripción o la ausencia de figura jurídica sirven para los conservadores como prueba de máxima inocencia. No sucede lo mismo con la izquierda. El bipartito gallego perdió el poder quizá por su incompetencia. Pero mucho más poderosa fue la imagen del Audi del presidente socialista, Emilio Pérez Touriño, o la fotografía de Anxo Quintana conversando en un yate con un empresario simpatizante de Bloque Nacionalista Galego. La derecha y sus altavoces lo supieron blandir con inteligencia.
En pleno caso Gürtel valenciano, este diario publicó una encuesta en la que se evidenciaba cómo el PP de aquella comunidad aumentaría en siete su actual número de diputados autonómicos de celebrarse en aquel momento los comicios. De nada sirven trajes, bolsos ni comisiones. El electorado de izquierdas es frágil y castiga a sus partidos más que el de derecha. La izquierda catalana no es un caso aparte, y en las últimas semanas no han parado de crecerle los enanos que amenazan con convertirse en familia numerosa antes de las elecciones autonómicas del año próximo. Las llamadas a la regeneración lanzadas tanto por el presidente de la Generalitat y como por el del Parlament poco pueden hacer ante la inexorable extensión de la pandemia de pesimismo. La depresión por el caso Pretoria se ha extendido como la gripe A por todo el tripartito. Por primera vez, un alcalde catalán entra en prisión por supuestas irregularidades. Y a ese elemento que ya ha bajado sensiblemente las defensas del tripartito le han seguido las acusaciones lanzadas por el portavoz de CDC. Felip Puig explicó el pasado jueves que Anna Hernández, esposa de José Montilla, acumula 14 cargos, una relación nada despreciable aunque derive de su validación en las urnas. La Diputación de Barcelona salió rápidamente a matizar que la primera dama sólo percibía el sueldo de diputada provincial, amén de algunos estipendios y dietas aún por aclarar. Desgraciadamente, hay precedentes de acumulaciones de cargos. El propio Puig, sin ir más lejos, concentró en su persona nada menos que 41 representaciones simultáneas cuando era consejero de Política Territorial, curioso guarismo al revés de 14.
Para la izquierda el cóctel constituye un soufflé escasamente edificante, que, con el paro, la crisis, la corrupción y el cabreo ciudadano como aditivos se hace muy indigesto para su electorado. Ayer este diario publicaba un informe de la Sindicatura de Cuentas en el que se constata que ninguno de los partidos políticos catalanes había cumplido entre 2003 y 2006 el compromiso de transparencia económica que pactaron y se autoimpusieron las formaciones. La izquierda cumplió más que la derecha. Entre quienes menos lo hicieron, dos partidos: CiU y PP, que tal como están las encuestas ahora mismo pueden convertirse en alternativa a un tripartido que no suma.
Decía el desaparecido Claude Lévi-Strauss que en el fondo las conductas de los seres humanos y sus mitos evidencian la existencia de patrones comunes. Él, no obstante, como viejo militante de la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera) sabía que los hay más exigentes que otros.
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