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Columna
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'Omertà'

La semana pasada estallaron dos nuevos escándalos relacionados entre sí, como muestra de la opaca endogamia en que se encierra nuestra clase política. El primero en orden de importancia es la Operación Pretorio contra el alcalde de Santa Coloma de Gramenet (uno de los ayuntamientos que paradójicamente lideraba la clasificación de limpieza municipal, según Transparencia Internacional), como cabeza visible de una multimillonaria trama de corrupción. Un nuevo caso Gürtel que afecta esta vez al partido socialista, lo que viene a desmentir la presunta conspiración del Gobierno y la Justicia contra el PP denunciada por Rajoy. Esperemos que ahora ninguno de ambos partidos de gobierno tengan ya excusas para resistirse a explicarnos por qué han consentido que bajo sus siglas anidase tanta corrupción, dada su evidente responsabilidad por omisión in vigilando.

La emperatriz Aguirre, lejos de ser una liberal, practica el más sectario intervencionismo

Y el otro gran escándalo de la semana, más estridente aunque de menor gravedad política, ha sido la entrevista en EL PAÍS del vicealcalde madrileño, en la que criticaba acerbamente a la presidenta autonómica de su partido por su descarado intervencionismo en el culebrón de Caja Madrid. Aquello molestó extraordinariamente a la lideresa, que contestó inmediatamente pidiéndole a Rajoy la cabeza de su acusador: el señor Cobo, escudero de Gallardón. Y con ello se ha iniciado otra de esas histriónicas peleas personalistas a cara de perro a que nos tiene acostumbradas la lucha política a la española. Pero en este caso, además, se ha producido un sorprendente paralelo con el otro melodramático enfrentamiento que hoy divide al Partido Popular: me refiero, claro está, al caso Costa, el escudero del presidente valen-ciano cuya cabeza ha sido rebanada por la cúspide del partido.

Y como para rizar el rizo del paralelo entre ambos casos, resulta que la cabeza de Costa no ha terminado de rodar por tierra hasta esta misma semana, dando así por fin satisfacción a la demanda justiciera de Cospedal. Algo que además ha sucedido justo en el mismo momento en que se iniciaban los trámites para cortar la cabeza de Cobo. Por lo tanto, hay que pensar que tanta coincidencia no puede ser ninguna casualidad, sino que debe de haber alguna simetría entre ambos escándalos donde ruedan sendas cabezas de turco: la de Costa recién cortada y la de Cobo pendiente de cortar. ¿Se trata, pues, de historias paralelas? Así lo parece. En realidad, si ruedan las cabezas de ambos escuderos es porque no se puede como se querría cortar las cabezas de sus valedores: el señor Camps que se esconde tras Costa y el señor Gallardón que se oculta tras Cobo. Pero además, si se pide como precio que rueden las cabezas propiciatorias es para poder tapar o compensar así la debilidad política de quienes exigen la decapitación: el señor Rajoy, incapaz de imponer su autoridad sobre Camps, y la señora Aguirre, derrotada en su desafío a la autoridad de Rajoy.

Sin embargo, hay otro paralelo entre ambas decapitaciones que parece más significativo. Si se les va a decapitar a ambos es por haber cantado, en lugar de mantener la hipócrita omertà del político profesional. Se les defenestra por delatores, en represalia por haberse osado decir la verdad: por reconocer como cierto lo que todo el mundo sabe pero que su partido finge ignorar. ¿Qué verdad cantó Costa? Que el responsable político de la trama valenciana del Gürtel era el presidente Camps, con el consentimiento de Rajoy por omisión. ¿Y qué verdad ha cantado Cobo? Que la emperatriz Aguirre está desnuda, pues lejos de ser una liberal como alardea, practica el más sectario intervencionismo con cínica desfachatez. Por eso designa como sucesor de Blesa a su consigliere González, dispuesto a gestionar la caja como un instrumento al servicio político de la lideresa (algo parecido a lo que hizo Zapatero echando a Solbes para colocar a Salgado), tras apañar un nuevo reparto del organigrama de la caja con los líderes locales del PSOE, de IU (lo que exige defenestrar a Sabanés) y de los sindicatos.

Aguirre y Gallardón salen del lance mutuamente derrotados, quedando Rajoy de pírrico vencedor por ser el menos debilitado de los tres. De ahí que mañana suelte una reprimenda para recuperar su autoridad, exigiendo lealtad cuando en realidad lo que pide es omertà. Lo cual demuestra, como apunté al comienzo hablando del oasis catalán, que nuestros partidos se conducen como mafias o redes de complicidad, en las que todos se conjuran para encubrir las culpas de sus compañeros, a los que se protege con lealtad por ser uno de los nuestros (goodfellas). De ahí que el pecado supremo, penado con la decapitación, sea revelar la verdad rompiendo la ley del silencio.

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