Los conservadores británicos rechazan a Blair y muchos laboristas le reprochan Irak
La posibilidad de que Tony Blair sea el primer presidente del Consejo Europeo no sólo divide a los europeos, también a los británicos. Oficiosamente, el Gobierno laborista apoya a Blair y el jefe del Foreign Office, David Miliband, hizo explícito el lunes ese apoyo.
El problema es que ni los británicos más europeístas ni los más euroescépticos quieren verle al frente de la UE. David Cameron, líder conservador, dijo ayer en público que no quieren a Blair. No lo quieren, primero, porque no le combatieron cuando era primer ministro para luego elevarle al trono europeo. Y, segundo, porque se oponen a la existencia misma de ese trono y, si no pueden impedir que exista, quieren que al menos se siente en él un político que no haga sombra a los líderes de los Estados miembros.
Los tories han amenazado con tomarse su nombramiento como una afrenta personal porque, con todas las encuestas vaticinando que recuperarán el poder en primavera, creen que su opinión debería ser tenida en cuenta. Y, si no es así, auguran represalias. Es, quizás, el mejor argumento al que se pueden agarrar quienes no ven a Blair con buenos ojos: el riesgo de nombrar a alguien que aún puede radicalizar el antieuropeísmo del Partido Conservador.
Blair tampoco cuenta con el apoyo de los europeístas británicos. Su decisivo papel en la guerra de Irak es el primer argumento. Cómo puede la UE estar presidida por alguien que dividió al Consejo Europeo, se alineó con EE UU y actuó contra la opinión pública europea en aquel conflicto, se preguntan.
Pero no es su único reproche. El balance europeísta de Blair en Downing Street es paupérrimo. Su llegada, tras la verborrea nacionalista de Margaret Thatcher y el caos final del mandato de John Major en plena crisis de las vacas locas, supuso una bocanada de aire fresco. Pero su europeísmo rara vez fue más allá de las formas y se fue enfriando con el tiempo. Aparte de firmar el capítulo social de Maastricht (más para bien de los trabajadores británicos que de Europa) y de hacer hermosos discursos en sus primeros años, poco queda para la historia.
Blair renunció enseguida a dar la batalla por el euro y dejó la decisión en manos de su rival, Gordon Brown. Jamás se planteó eliminar los controles fronterizos a los viajeros procedentes de la UE. Defendió el cheque británico (la compensación que Reino Unido recibe desde 1984 por carecer de ayudas agrícolas relevantes) con tanto vigor como Thatcher. Se avino a convocar un referéndum sobre el proyecto de Constitución europea porque Francia así lo hizo: pero Francia también votó en su día sobre Maastricht y Reino Unido no se sintió entonces obligado a seguir su ejemplo. Dio por muerta la Constitución antes que nadie y negoció a la baja el Tratado de Lisboa. Pero, quizás por encima de todo, nunca dio la batalla política para doblegar el histérico antieuropeísmo de muchos británicos.
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