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Columna
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El oasis catalán

José María Mena

En el pretendido oasis catalán parece que hay fuego subterráneo como en las Tablas de Daimiel. Una de las instituciones más prestigiosas de Cataluña, una joya de nuestra cultura y un orgullo para todos, ha sufrido una succión impenitente, sistemática, agotadora, de las aguas que la enriquecían y embellecían, y ahora arde su subsuelo humeando por distintas grietas que van apareciendo:el caso Millet, o el de Santa Coloma, de variado colorido político, son buenos ejemplos.

De nada vale bombear confusión en la grieta del proceso penal confesando solamente lo ya descubierto. De nada vale bombear fingidos sentimentalismos en las grietas de viejos recuerdos, que reverdecen, de cuyo nombre parece desafortunado que quieran acordarse. En el drama ecológico de Daimiel sólo vale cegar los pozos abusivos e ilegales, devolver el agua a su cauce, respetar las leyes de la naturaleza. Del mismo modo, en los deplorables fenómenos de ecología social, ética o cívica que nos abruman con excesiva frecuencia, sólo vale la transparencia, la restitución, cegar los pozos de la codicia, atenerse a las leyes, que se haga justicia.

Los jueces, igual que los legisladores y gobernantes, deben soportar las críticas a lo que hacen o dejan de hacer

Algunos lances del proceso penal contra Millet han desconcertado o incluso escandalizado a la opinión pública. Es inevitable que algunos desconfiados piensen que no se hará justicia, sospechen de la honestidad del juez, porque hay mucho dinero por medio, y ha habido, en alguna ocasión anterior, jueces deshonestos. Pero debe decirse rotundamente que, desde ese punto de vista, se puede poner la mano en el fuego a favor del juez. Debe proclamarse, sin matices, su pulcritud e independencia. Sin embargo, esta proclamación tajante es perfectamente compatible con su posible desacierto. Y este posible desacierto es criticable.

La crítica a las decisiones judiciales, a causa de su desacierto, de su inoportunidad o de la simple discrepancia, es un ingrediente esencial de la convivencia democrática. El poder legislativo y el poder ejecutivo soportan con estoicismo las más severas críticas, justas o no. Los jueces, que administran el poder judicial, deben soportar del mismo modo, por más que sean severas, adversas o desacertadas, las críticas a lo que hacen o dejan de hacer.

Para que la crítica sea posible es preciso que exista información diáfana sobre las actuaciones judiciales, que por eso la Constitución ordena su publicidad, sólo limitable por causa del secreto previsto legalmente. Las leyes que regulan los trámites de los procesos no establecen la forma de producir o canalizar la información desde la oficina judicial a la opinión pública. Es posible que sea esta insuficiencia la que haya creado cauces oficiosos de información con efectos, o defectos, indeseables.

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Sin embargo, la ley que regula el estatuto orgánico del ministerio fiscal sí establece esta fundamental función de la convivencia democrática. Así, encomienda a la fiscalía "informar a la opinión pública de los acontecimientos que se produzcan, siempre en el ámbito de su competencia, y con respeto al secreto del sumario".

Ante el desconcierto o escándalo que generó la actuación judicial, la fiscalía de Cataluña estimó pertinente trasladar a la opinión pública determinados datos relacionados con acontecimientos relevantes del proceso. La que algunos medios calificaron como insólita actuación de la fiscalía no era más que puntual cumplimiento de una función legalmente prevista. Y era necesario, además, para general conocimiento de que la fiscalía había procurado cumplir, en toda la medida de sus posibilidades legales, con la obligación que le impone la ley de "velar por que la función jurisdiccional se ejerza eficazmente conforme a las leyes, y en los plazos y términos en ella señalados".

Mientras la fiscalía cumplía con su función legal de informar a la opinión pública y el juez del caso resolvía, o no, los demás jueces ejercían su derecho a expresar y difundir libremente sus ideas y opiniones, favorables o críticas, en relación con el asunto. Algún juez y alguna juez, a título individual, "como ciudadanos", expresaban su opinión sobre la llevanza del asunto, en términos que a la mayoría del colectivo le han producido una santa indignación corporativa.

Desde perspectivas políticas y mediáticas bienintencionadas se ha lamentado que afloren las discrepancias efectivamente existentes en el seno del mundo judicial, estimando que con ello se menoscaba la credibilidad del sistema o se dificulta la serenidad del juez, imprescindible para el acierto de sus decisiones. Estas perspectivas, probablemente, están teñidas de un cierto angelicalismo. El torbellino que envuelve al asunto Millet es un ingrediente más, un elemento consustancial del caso. El juez tendrá que ejercitar y exhibir su ecuanimidad, objetividad e independencia, en el interior del torbellino. Ése es su oficio.

El fuego subterráneo que resquebraja el oasis catalán no lo han prendido los ciudadanos de Cataluña, sino unos cuantos que, como en el resto de España, quieren llevarse toda el agua a su molino. Es deseable que los ciudadanos tengan confianza en las instituciones para salir del atolladero de este inacabable espectáculo bochornoso. Pero sería también deseable que las instituciones produjeran, con más frecuencia, motivos de confianza.

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