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AL CIERRE
Columna
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Señales para marcianos

Dos letreros consecutivos y contradictorios anuncian unas obras que afectan al tráfico en el barrio de Les Corts de Barcelona. La imagen de tal chapuza la publicó este diario el 5 de octubre. Dos días después quedaba sólo uno de los carteles: el Ayuntamiento había retirado el otro. Es una anécdota nimia en comparación con los vértigos cotidianos. La cosa tiene su intríngulis de reincidencia, excepcionalidad y cualidad metafórica.

Ésta es la secuencia: alguien diseña y elabora dos carteles contradictorios, alguien da el visto bueno, alguien los coloca en la calle. Muchos ciudadanos observan la chapuza, y uno de ellos se toma la molestia -llama, busca a la persona adecuada y ésta toma en cuenta su anécdota- de avisar a su periódico favorito. En lugar de olvidarlo, el diario envía a un fotógrafo, un periodista escribe un texto: foto y texto se publican. Entre los responsables del Ayuntamiento, alguien repara en la foto / denuncia y da la alarma. Dentro de la burocracia municipal, la alarma sigue sus intrincados caminos: dos días después el cartel está fuera. Un récord de eficiencia.

Por una vez, el engranaje de corrección de chapuzas ha funcionado: el ciudadano avisó, el diario tuvo espacio para señalar la falta de credibilidad de los carteles municipales y el Ayuntamiento reaccionó con rapidez. ¿No es extraordinario? ¿Y no es más extraordinario que, después de este esfuerzo colectivo corrector, el letrero que permanece en la calle de Capitán Arenas sigue garrafalmente equivocado? Ninguno de los dos carteles era correcto y, tras retirar uno, el Ayuntamiento no reparó en que el otro era también erróneo. La obra en cuestión, vista de cerca, tiene fallos salerosos, en los que no entro.

Los barceloneses -como catalanes y españoles- estamos acostumbrados a adivinar qué quieren decir los rótulos de tráfico, nadie se inmuta. Es como si estas señales públicas de convivencia no tuvieran una función precisa de información y se hubieran acogido a la libertad de expresión. O como si un sátrapa las utilizara para innovar y desorientarnos. Nada de eso. La falta de credibilidad de las señales públicas es la metáfora de lo que sucede con nuestros responsables políticos. Para ellos somos marcianos.

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