No es tan fácil nacer vasco
Hemos cogido la costumbre de utilizar Argentina como el ejemplo más palmario de las contradicciones humanas. Bien es verdad que en algún sentido se lo han ganado a pulso. Un país que tiene como profetas a dos personajes tan poco recomendables como Perón y Maradona es un país condenado al sufrimiento centrífugo y centrípeto. A cambio, no se olvide, aportan tipos como Borges, Gardel, Les Luthiers y, de paso, el mejor cine en español que se puede ver desde hace años. Pero no están solos los argentinos en esa capacidad que siempre se les atribuye de complicarse la vida con cualquier cosa. Yo diría que comparados con nosotros, los vascos, los hombres de palabra, los de la democracia vasca so el árbol de Gernika, tienen un punto de aprendices.
No sé si todos nacemos vascos, lo que está claro es que somos fáciles de distinguir, incluso cuando ya parece que nos hemos quitado la boina y las abarcas. Basta con ver la facilidad que tenemos para complicarnos la vida y convertir cualquier abrefácil en un logaritmo imposible de resolver. San Mamés, sin ir más lejos, es la viva imagen de los vascos. Mejor dicho, el nuevo San Mamés, que a este paso nacerá ya viejo. En apenas un par de días se ha demostrado que todo se ha hecho mal. Que una presentación palaciega acaba en una refriega política de órdagos y eso tan refinado de "y tu más". Y que en realidad lo que subyace es un debate filósofico (¡toma ya!) sobre cómo, y no por qué, se justifican las ayudas públicas a entidades privadas. Y subyace la idea de muchos socios del Athletic de que en el fondo su entidad privada es un servicio público.
Resulta enternecedor comprobar la actitud de los compromisarios reclamando el uso privado del nuevo San Mamés pagado con el dinero de todos los vascos. Y resulta no menos enternecedor comprobar en el informe de impacto económico que el principal valor es la garantía de puestos de trabajo en la construcción. El axioma es berlanguiano: le construimos un campo al Athletic para garantizar puestos de trabajo. Y qué hay de lo mío, que siempre he soñado con un chalecito en un acantilado (mira, podía haber sido una estrofa de Luis Aguilé). Y no es menos berlanguiano que el alcalde de una ciudad diga que el campo se hace para que el Athletic saque "varilla". Y que un diputado general comience afirmando que resulta difícil explicar una inversión pública para una entidad privada, pero que San Mamés se hará sí o sí. Y que un Gobierno autonómico haga bandera filosófica del uso público para justificar su inversión, pero en realidad no sepa qué uso público se le puede dar al asunto.
Y todo por un campo de fútbol. Ni al argentino más peronista y adepto a la iglesia maradoniana se le ocurriría una trama tan chirriante. Luego está claro que no todos nacemos vascos. No es tan fácil.
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