El triunfo de la estabilidad
Brasil se ha convertido en la segunda economía americana -sólo por detrás de Estados Unidos- y en la octava economía mundial, y muchos economistas consideran que puede escalar hasta la quinta o sexta posición. El impulso principal de su éxito económico es político; su sistema democrático ha mostrado una gran estabilidad. En contra del temor muy extendido en los mercados al comienzo del mandato de Lula da Silva de que el modo de hacer política del nuevo presidente iba a ser populista, al modo de un Chaves o un Morales, los gobiernos brasileños se han beneficiado de un respeto escrupuloso a la economía de mercado y de la continuidad de las políticas fiscales ortodoxas. Parece raro recordarlo hoy, pero Lula subió los tipos de interés al poco de llegar al Gobierno y predicó la disciplina fiscal por todos los rincones del país. No es fácil encontrar en el Brasil de los últimos siete años errores económicos graves o disparates políticos disuasorios de la inversión extranjera, como abundan, por ejemplo, en Argentina. En estos momentos, en medio de una recesión mundial grave, el país crea empleo, tiene superávit fiscal primario, la renta per cápita está aumentando y las predicciones para 2010 arrojan una tasa de crecimiento económico superior al 4%.
La euforia sobre la economía brasileña se ha desatado desde el momento en que Río de Janeiro fue designada como sede de los Juegos Olímpicos de 2016 y del Mundial de Fútbol que organizará en 2014. Comienza a dibujarse un espejismo muy corriente entre los políticos: los acontecimientos deportivos y sus cuantiosas inversiones supondrán el despegue definitivo de la economía brasileña. No ha lugar a tan cándido determinismo inmobiliario. Brasil despegará cuando consiga elevar su tasa de escolarización -apenas seis años, frente a los nueve de México o los once de Argentina- y ponga orden en la competencia fiscal que existe entre el Estado central y los Estados. Ninguna economía puede aspirar a tasas continuadas de crecimiento económico sin una formación adecuada de su capital humano. También tiene que mejorar la productividad; resulta que el crecimiento de su renta se ha fundamentado en el aumento del capital físico -propiciado a su vez por las facilidades concedidas a la inversión extranjera- antes que en la productividad. Está claro que el cambio en la educación exige un gran esfuerzo legislativo, mientras que la carencia de productividad puede mejorarse con ajustes graduales de la producción durante los próximos años. Y, por supuesto, debe erradicar la violencia de las calles antes de que se convierta en un tipismo que expulse a la inversión exterior y repela el turismo.
Brasil no tiene el potencial de crecimiento de China o India, pero marcará el camino que debe seguir la economía en América Latina. México se está quedando atrás. El proyecto económico de Argentina va dando tumbos entre fracasos políticos y fiascos económicos, y Chile no puede competir con el potencial de consumo de 200 millones de brasileños. No es extraño que muchos empresarios e inversores españoles consideren Brasil como su país emergente, es decir, aquel en el que el capital español puede abrirse camino con seguridad, gracias a los precedentes empresariales en banca, telefonía y electricidad. -
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