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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Jules, Jim y el Barrio Chino

En una industria del cine que tiende a igualarlo todo a la baja y a no procesar bien lo que se sanciona como diferente, no es extraño que el posible embrión de autor acabe madurando, en el mejor de los casos, bajo la forma del competente profesional. Intuye este crítico que eso es lo que debió de ocurrir con Francesc Betriu, que encontró estabilidad en el registro de la adaptación literaria académica, pero que tuvo unas cartas de presentación mucho más estimulantes: su ópera prima Corazón solitario, que jugaba con una estrategia muy sofisticada sobre el kitsch y sus tentáculos en la ficción popular (melodrama, fotonovela, serial radiofónico), y Furia española (1975), un esperpento alrededor de la pasión culé que, de paso, ofrecía uno de los más vívidos retratos del barrio del Raval en su venéreo esplendor preolímpico. Posteriores trabajos como Sinatra (1988) parecían delatar un empeño en volver a los orígenes que no ha alcanzado su forma definitiva hasta la tonificante llegada de Mónica del Raval, documental que cierra el círculo abierto 35 años atrás y que permite entender la relación que mantiene el cineasta con el material humano que nutría aquellos trabajos.

MÓNICA DEL RAVAL

Dirección: Francesc Betriu.

Intérprete: Mónica Coronado.

Género: documental. España, 2008.

Duración: 110 minutos.

Mónica del Raval es la autobiografía oral de Ramona Coronado, manchega llegada a Barcelona 20 años atrás, prostituta por elección y una de las diversas presencias pintorescas que perpetúan, aun en los tiempos de la asepsia urbanística, la bulliciosa mitología de las Ramblas. Si las excepcionales En construcción, de José Luis Guerín, y De niños, de Joaquín Jordà, hablaban, entre otras muchas cosas, de los daños colaterales de la reformulación del barrio del Raval, el documental de Betriu parece dejar el testimonio de una supervivencia: el espíritu de esa vieja marginalidad que la ciudad y sus órganos de poder quisieron esconder bajo la alfombra, renace con otra piel.

A Betriu no le guían el morbo o el afán de denuncia, aunque, a la luz del debate reciente sobre la regularización o prohibición de la prostitución, dar voz a alguien como Mónica Coronado quizás tenga algo de acto político. Mónica del Raval es, a la vez, una crónica picaresca y una mirada libre de paternalismos al tejido de relaciones que se establece en esas zonas marginales que sólo suelen ser enfocadas con la urgencia de la vídeocámara amarillista. La voz de Mónica construye muy bien el relato de su propia vida, pero Betriu también se interesa por los alrededores de su heroína: ahí aflora un valioso enjambre de historias y presencias, todo un mosaico de afectos y solidaridades. Cuando, en su desenlace, Mónica del Raval se convierte en un Jules y Jim del Barrio Chino, uno tiene que reprimir el impulso de vitorear a Betriu y lamenta que haya tardado tanto en volver a las raíces de su arte.

Mónica, la protagonista, con Ronaldo.
Mónica, la protagonista, con Ronaldo.
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