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La guerra afgana
Columna
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¿Qué hacemos en Caosistán?

Lluís Bassets

Librar una guerra, no hay duda alguna. Pero una guerra que no quiere decir su nombre, aunque vaya creciendo el número de bajas, también españolas. España tiene allí sus tropas, en teoría, para ayudar a la estabilización del país afgano, como las tienen todos los países incluidos en la ISAF, la misión de Naciones Unidas bajo mando de la OTAN. Pero la labor que tiene encomendada es imposible: no se estabiliza lo que es inestable por definición. Y Afganistán, en guerra y sin gobierno que controle el territorio, es la inestabilidad misma. La labor de la ISAF es el tejido de Penélope: se construye a la vez que la guerra destruye. Al final, lo único que cuenta es protegerse de las adversidades y de los atentados.

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Ocho años dura ya esta guerra, en la que las tropas norteamericanas y británicas son las que se encargan de la parte más cruenta, aunque la extensión de las acciones guerrilleras de los talibanes y la creciente inseguridad esté produciendo una convergencia entre las dos tareas: la bélica y la de mantenimiento de la paz. Hasta tal punto es así que hace pocas semanas cambiaron las tornas: una orden de bombardeo aéreo lanzada por el mando alemán de las tropas de estabilización produjo más de 70 muertos civiles.

El gobierno instalado por Washington en Kabul en 2001 está corroído por la corrupción y el fraude electoral. Hay señores de la guerra integrados en el ejército afgano sospechosos de horribles crímenes de guerra, como es la muerte por asfixia de dos mil prisioneros encerrados en contenedores. Una prisión norteamericana, la de Bagram, es un Guantánamo sin apenas denuncia ni escándalo. Y es creciente la desafección de la población civil en un país donde la presencia de tropas extranjeras no sirve para proteger a los civiles sino para incrementar la inseguridad.

Algunos dirigentes políticos todavía se atreven a decir que las tropas europeas defienden en Afganistán nuestras libertades y nuestras democracias. Rajoy lo hizo ayer al conocerse la noticia del atentado que costó la vida a un soldado español. Pueden tener razón, sobre el papel naturalmente, como todo en esta guerra. Pero la realidad es que las opiniones públicas europeas y buena parte de la americana no lo ven así. Los gobiernos europeos van a pedir pronto plazos y fechas para terminar el trabajo y devolver sus tropas a casa o, quizás, a otras misiones tanto o más importantes, como podría ser asegurar sobre el terreno la aplicación de un futuro plan de paz en Oriente Próximo.

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A pesar de todo, el desastre actual no es peor de lo que sería un Afganistán en el que los talibanes amigos de Al Qaeda regresaran al poder y pusieran en peligro la estabilidad en Pakistán o se propusieran tomar el poder en el país vecino y acceder con ello a su ejército y a su arma nuclear. Conseguir un plan de salida sin abrir las puertas a Bin Laden es el reto que tiene Obama ante sí. Las ideas del nuevo presidente acerca de Afganistán no son malas, pero por lo que se está viendo son todavía muy insuficientes. Veamos. La seguridad de Afganistán deben garantizarla los propios afganos. No puede Estados Unidos, y la OTAN detrás, cargar con la responsabilidad de crear un sistema democrático según nuestros parámetros y gustos en suelo afgano y probablemente contra la voluntad de los nacionales. Las alianzas y la participación de los vecinos más influyentes -Rusia, China e Irán- son fundamentales para terminar más pronto que tarde con Al Qaeda. Hay que tratar al país afgano en un paquete con Pakistán. Pero todo esto ni vale ni tiene traducción práctica alguna si no hay mejoras sobre el terreno, que es exactamente lo contrario de lo que está pasando.

De ahí que ahora haya llegado la hora de la verdad para Obama. El debate en el que están comprometidos la Casa Blanca y los mandos militares sobre la nueva estrategia para Afganistán será el tercer cambio de planes en apenas nueve meses. Cuando Obama llegó a la presidencia estaba vigente todavía la estrategia minimalista de Bush. En marzo el nuevo presidente amplió el número de tropas en 21.000 soldados más y pidió un mayor compromiso europeo (que en el caso de España acaba de hacerse realidad con el incremento en 200 soldados). Y ahora deberá zanjar sobre la estrategia definitiva, después de recibir unas presiones del jefe militar sobre el terreno, el general McChrystal, para que de nuevo incremente las tropas ahora en 40.000 hombres, que demuestran una consideración muy escasa tanto hacia el presidente como hacia la supremacía del poder civil sobre el militar.

En una cosa lleva razón el atrevido general e inventor del neologismo: esto es Caosistán, denominación que vale para Afganistán y para la heteróclita y desordenada alianza que ha intentado, hasta ahora sin éxito alguno, poner orden y reconstruir el país del Hindukush.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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