El bienestar de las naciones
Dos solos linajes hay en el mundo, que son el tener y el no tener", hizo decir Cervantes a una de sus criaturas. Una traducción moderna sería que el dinero no garantiza la felicidad, pero no tenerlo es un inconveniente para alcanzarla.
Sin embargo, para conocer el nivel de bienestar de un país no sólo cuenta la riqueza.
A medir el grado de bienestar se dedica
el informe anual de Naciones Unidas sobre el Índice de desarrollo humano (IDH). Ayer se conoció el de este año. Se trata de un estudio basado en tres parámetros: el nivel de vida, medido por el PIB per cápita; la salud, medida por la esperanza de vida, y la igualdad de oportunidades, función del acceso a la educación.
En general, los países más ricos son también los de mayor IDH, pero con algunas alteraciones en el orden. De los 10 con mayor IDH, siete son europeos, siendo Noruega el primero. España figura entre
los 10 siguientes. Concretamente, en el puesto 15, el mismo que en el anterior informe,
y por delante de países con mayor renta per cápita como Dinamarca, Bélgica, Italia, Reino Unido y Alemania. Y es el noveno de entre los 182 países considerados en mayor esperanza
de vida (82,7 años)
Lo de que en España se vive mejor que en algunos de esos países tiene, por tanto, una cierta base estadística, aunque los datos del informe son de 2007, es decir, anteriores a la manifestación de los efectos de la crisis y en especial del brutal incremento del desempleo (y su secuela: el miedo al futuro), en lo que España ocupa el primer lugar del continente. En general los países apenas cambian en uno o dos lugares, siendo la excepción mayor China, que mejora en siete puestos. Los indicadores considerados son incapaces de medir otros factores con incidencia real en el bienestar: desde las horas de sol (inversamente proporcionales a las depresiones y suicidios), a la densidad de las redes familiares o la independencia económica de las mujeres; o elementos medioambientales, como el ruido.
Una conclusión posible es que el crecimiento económico analizado por Adam Smith en
La riqueza de las naciones no es un fin, sino un instrumento:
para alcanzar
el bienestar de
las naciones (y
de los individuos).
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