_
_
_
_
_
A TOPE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No, gracias

Esto de volver a la normalidad otoñal tiene sus cosas majas; reorganizas tu vida, te vuelven a entrar ganas de embarcarte en mil proyectos, tienes energía como para apuntarte a yoga, o ganas de salir a hacer recaditos y de paso tomarte un café leyendo el periódico a gusto. Con el otoño también te viene esa inercia de quedarte en casita y encender la tele, y... ¡ahí me han dado! ¡Con lo feliz que vivía sin ella! Y no hablo de toda la tele que se hace, no. Porque hay series estupendas, programas graciosos o muy ingeniosos, hay grandes guionistas, actores y realizadores. No, no hablo de esos programas. Hablo del ardor de estómago que se te pone cuando después de comer se te ocurre encender la tele y ver ciertos programas, tanto en las teles grandes como en las locales. No hay escapatoria.

Aunque no seas nada pero que nada carca, termina saliéndote la vena facha, se te hincha la arteria ascendente del cuello y te entra el convencimiento de que todo eso habría que prohibirlo. Es muy fuerte. Porque vives en una perpetua contradicción. Por un lado estás empeñada en que tus hijos hablen bien, que no digan tacos, que no insulten, que dialoguen, y sobre todo que sean respetuosos.Y por otro está la tele, donde la gente se llama de todo y, encima, cuánto más barbaridades se digan mejor. Hablan sin ningún tipo de filtro, sueltan a dar, solo para conseguir más audiencia.

Pero los grandes medios de comunicación no se dan cuenta de que alimentan el macarrismo o legitiman un modelo de conducta como la chulería, y que malhablados son aupados a categoría de graciosos y los más bordes son héroes. Todo vale bajo el pretexto de entretener.

Esos programas pueden llegar a ser tan perjudiciales como ciertas drogas, el alcohol o el tabaco. Hablando de tabaco, hace unos años era imposible imaginar que no se podría fumar en los bares e incluso pensar que estaría prohibido echar unas caladas en un avión. Pero lo hemos asumido. Porque nos han convencido de que fumar perjudica seriamente la salud. Creo que si consiguiéramos demostrar (y no nos costaría nada lograrlo) que algún que otro caso de maltrato a profesores, muchos de violencia de género, otros de saltar a la primera y mucho machismo soterrado están potenciados por ciertas conductas aupadas en la tele, quizás empezarían a caerse esos programas.

Es muy fácil. Sólo hay que empezar poniendo bien clarito en la parte inferior de la pantalla: "Ver este programa perjudica seriamente la salud", o "Este programa te hace daño a ti y a los que están a tu alrededor", o "Ver este programa daña tu cerebro", o "Este programa mata". Es una propuesta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_