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Columna
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Políticos y periodistas

Quizá haya llegado la hora de decir definitivamente adiós a la costumbre de denostar a los políticos, escribió aquí hace ya 17 años el ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger. El artículo, titulado Compasión con los políticos, venía a ser un resumen algo exagerado de los rasgos que caracterizan a la clase política: prevalencia de la medianía, incapacidad de juicio, pensamiento a corto plazo, aferramiento al poder, entre otros; y de lo desagradable que se ha vuelto pertenecer a una profesión que, por ejemplo, implica la necesidad de elogiarse a sí mismo (aguantando la vergüenza), o la humillación de tener que fingir (teatralmente) ser el autor de lo que otros han escrito. Todo ello mueve más a la piedad que al ensañamiento, sostenía Enzensberger.

Zapatero paga el precio de tomarse en serio la teoría de que sólo el presidente hace política

Además, la prensa puede llegar a ser muy cruel; y ventajista: en su biografía de Mitterrand, Franz Olivier Gisbert atribuye al ex presidente francés la idea de que el lector es más indulgente que el elector: "Si el político se equivoca, está vencido. Tiene que atravesar el desierto". El periodista, en cambio, "puede escribir lo que sea y equivocarse en todo: eso no cambiará nada. Sus periódicos se venderán igual de bien o igual de mal".

En el último Comité Federal del PSOE Zapatero exhortó a los suyos a no dejarse impresionar por un par de editoriales o la opinión de tres tertulianos. Y los lectores que se han dirigido a la Defensora del Lector de este periódico se quejan no tanto de las críticas incluidas en tales editoriales como de la agresividad y carácter excesivamente personalista (ad hominen), de la crítica contra el presidente. Hay algo de injusto en cargar sobre las espaldas de Zapatero toda la responsabilidad por la falta de respuestas eficaces a la crisis, cuando esa incapacidad la comparten muchos otros políticos, economistas y periodistas. Pero hay que reconocer que en materia de personalización del poder Zapatero ha pujado alto.

Felipe González ejerció un liderazgo fuerte desde el comienzo, y Aznar acabó haciéndolo también, pero ninguno de ellos llegó a encarnar un presidencialismo tan conjugado en primera persona como Zapatero, que además lo tiene teorizado. En el verano de 2006, le explicaba a Juan José Millás que "no necesitamos a los medios como los necesitaron Felipe o Aznar porque nosotros conectamos con el ciudadano gracias a la fuerza que nos da creer en lo que decimos". El líder se comunica con el pueblo directamente, no por sus ideas sino por su convicción. Por otra parte, "la ciudadanía elige al presidente, que es quien hace política: los ministros son sus auxiliares", dijo un día de junio de 2006 ante varios periodistas.

El lunes pasado, en su entrevista en la SER, Francino le preguntó por la acusación de haber marginado a la vieja guardia felipista y por dos veces respondió diciendo que la prueba en contrario es que tiene "dos vicepresidentas que fueron secretarias de Estado con Felipe González". También citó a Rubalcaba, pero olvidó (freudianamente) que también tiene un vicepresidente, Chaves, que fue ministro de Trabajo entre 1986 y 1989. Chaves precisamente: el superviviente de la foto sevillana de la tortilla, acta fundacional del felipismo.

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El núcleo fundacional del zapaterismo no tiene foto: "Nosotros -le dijo también a Millás- somos una generación sin relato. Más aún, nuestra generación no hace relato, no relata, no escribimos, no hay cosas nuestras. No estuvimos detenidos, no conocimos el mayo del 68 (...)". Sin embargo, hay una cierta tendencia a presentar con aire épico ("coraje"; resistencia "a los poderosos") decisiones administrativas. Otro rasgo del momento, éste compartido por los portavoces de casi todos los partidos, es el de tomar por argumentos la mera afirmación de posiciones (o de intenciones: trabajamos para, nos esforzamos por...).

Las críticas a esa forma de gobernar no son nuevas. Lo nuevo es la crisis y el paro, que despiertan en la gente el afán por encontrar culpables. Si Zapatero es el único que hace política de verdad, y los ministros meros auxiliares a los que se nombra o cesa por motivos aparentemente más relacionados con la imagen (el récord) que con el mérito, es lógico que, cuando las cosas van mal, la gente le mire a él.

Por eso, lo peor que podría hacer el círculo que rodea al presidente es instalarse en la pregunta de por qué las críticas aparecen precisamente ahora o en las suspicacias sobre supuestas motivaciones generacionales para evitar tomarlas en cuenta. Si lo hace, estará imitando a Mariano Rajoy, refugiado en el burladero de las insinuaciones sobre el origen de las filtraciones del caso Gürtel para dispensarse de tomar decisiones antes de que sea demasiado tarde.

¿Y los periodistas? Lo peor que podrían hacer es aprovecharse de su posición para hacer política partidaria sin asumir los riesgos de esa actividad; y lo mejor, seguir al Camus editorialista de Combat en su disposición a resistir la ola imperante (el "espíritu de la época") y en su afán por interesar al lector sin halagar sus peores instintos, incluido el del linchamiento.

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