Obama, ante su utopía
La reunión de pasado mañana en Ginebra entre representantes de las seis principales potencias del mundo con Irán es, para EE UU, el acontecimiento particular más decisivo desde que Barack Obama está en la Casa Blanca. De su resultado puede depender la orientación de la política exterior norteamericana en el resto de su presidencia. Un éxito, aun relativo, permitiría prolongar la actual estrategia de diálogo con el enemigo y búsqueda negociada de los conflictos. Un fracaso obligaría a Obama a enseñar por primera vez su ángulo guerrero, y al mundo a demostrar el alcance real de sus simpatías por el nuevo presidente estadounidense.
¿En qué condiciones llega Obama a una cita tan trascendental? ¿Ha acumulado el carismático gobernante autoridad suficiente para obligar a Irán a ceder? ¿Existen garantías de salvar este compromiso de forma ventajosa para los intereses norteamericanos? ¿Puede el mundo confiar en que el líder de Occidente sabrá conducir esta crisis sin poner en peligro la seguridad de la comunidad internacional? Esta Administración está ante su prueba de fuego.
El maratón diplomático de Obama en Nueva York y Pittsburgh ha aportado algunas indicaciones sobre lo que se puede esperar. El presidente ha puesto en pie, en relación a Irán, el mayor consenso internacional que se conoce desde el debate sobre la guerra de Irak. Los países occidentales comparten la agenda casi al 100%, Rusia está cerca de ellos y las reticencias formales de parte de China no deberían de ser difíciles de eliminar.
Eso se ha conseguido a base de concesiones de parte de Obama -la renuncia al sistema de defensa antimisiles en Europa, en primer lugar de la lista- con el fin de probar, por un lado, la sinceridad de su retórica sobre el diálogo, y, por otro, para dejar claro que George Bush ya no está en la Casa Blanca.
La excusa de Bush ha desaparecido, vino a decir Obama el miércoles desde la tribuna de la ONU. El mundo tiene ahora que alinearse junto a una nueva Administración que se arrepiente de su pasado. El mundo tiene ahora que compartir los sacrificios que correspondan para evitar que Irán tenga armas nucleares.
Ése es el cálculo que los responsables norteamericanos hacen. Estos días se han visto signos de que están en la buena dirección: la resolución del Consejo de Seguridad sobre desarme, la declaración conjunta en Pittsburgh, la entrevista entre Obama y Dmitri Medvédev en Nueva York...
Pero son aún signos muy leves dentro de un cálculo que todavía se antoja muy arriesgado. La limpia estrategia de Obama requiere la misma pureza de intenciones de sus socios para que funcione. La construcción de un nuevo orden internacional exige que sus principales constructores se lo crean. Y es dudoso que así sea. Rusia y China mantienen fuertes intereses económicos y políticos en Irán, y podrípara volver a sus posturas anteriores. ¿Hasta dónde puede contar con Francia? Obama pisa un terreno peligroso en el que, en cualquier momento, puede ser condenado por pacifista en su propio país u obligado a renunciar a su utopía.
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