El bienestar según Sarkozy
El hiperactivo Sarkozy la ha tomado ahora con el PIB. Sospecha el presidente francés que el Producto Interior Bruto no es un indicador fiable del bienestar de los ciudadanos. El valor a precio de mercado del país aumenta, sí, pero ¿son los franceses más felices? O, por exponerlo en tonos menos la vie en rose ¿refleja el PIB el bienestar o malestar de la ciudadanía? La respuesta a estas enjundiosas cuestiones estaba clara más o menos desde Adam Smith y desde luego está contenida en la misma definición estadística del PIB. Mide la riqueza global y se acabó. Pero a Sarkozy nunca le han detenido las evidencias, así que encargó a una comisión analizar las deficiencias del PIB como indicador de bienestar. Y la Comisión, presidida por el eximio premio Noble de Economía Joseph Stiglitz, dictaminó lo esperado: que la riqueza total no implica mayor bienestar y que el PIB no recoge empeoramientos objetivos en la calidad de vida, como los atascos, la contaminación ambiental o la ansiedad.
Lo mejor que puede decirse de tales conclusiones es que son absolutamente ciertas y totalmente inútiles. Cualquier asalariado sabe que el juego económico consiste en cambiar renta por calidad de vida. El foco de la cuestión está toscamente desviado. No se trata de si el PIB mide el bienestar ciudadano -ya se sabe que los números agregados no pueden colarse por los intersticios de la realidad- sino de si puede construirse un indicador de bienestar. Y la respuesta más creíble es negativa. Primero, porque ya se intentó hacer y, hasta el momento, las aproximaciones sintéticas que incluyen tasas de educación o de asistencia médica son un fiasco.
Y lo son porque, segundo, es más fácil medir el malestar; las medidas objetivas -paro, inflación, pauperización- enseguida lo detectan. El bienestar, en cambio, es indetectable; se confunde con la normalidad. Sarkozy erró al encargar el estudio a una comisión; debería haberlo encargado a un laboratorio farmacéutico o a un estudio de televisión. Sólo allí hay píldoras para acrecentar la satisfacción. La individual, por supuesto; la colectiva la miden las elecciones cada cinco años (en Francia).
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