El discreto encanto de la islamofobia
Dios me libre de figurar en una de las seis rígidas categorías en las que Luz Gómez García (El discreto encanto de la islamofobia, EL PAÍS, 19 de septiembre) incluye a los islamófobos, pero creo que será inevitable. Mi islamofobia, exactamente igual que mi cristianofobia, se limita a rechazar la imbricación de la religión en el gobierno de los hombres, con todas sus horribles consecuencias. Que, como en España en tiempos de Franco, la religión sea la última ratio de la estructura constitucional de un país me repugna. Y que, en esas condiciones, la estructura religiosa aproveche para establecer una férrea tiranía sobre los individuos me produce aún mayor rechazo. Esa tentación tiránica no se limita por supuesto al mundo islámico: démosle a la Iglesia católica la oportunidad de volver a dictar las normas por las que se rige la sociedad civil española y ya verá usted dónde acabamos. Por lo demás, que los musulmanes cumplan las leyes de los países en los que viven igual que nos obligan a cumplir las suyas cuando vivimos allá. Como es natural por cuanto antecede, declararé que me parece odiosa la situación de las mujeres en el mundo del islam, desde que no se les permita conducir un coche hasta que se las haga circular encerradas en una cárcel de tela azul.
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