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Columna
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Autonomía

Como enseña la experiencia histórica de los regímenes presidencialistas, las segundas legislaturas de un presidente electo casi nunca son buenas, e incluso pueden resultar desastrosas, según revela el ejemplo de Clinton o de Bush, en EE UU, o de Suárez, González y Aznar, en España. Y a estas alturas ya parece evidente que lo mismo le va a ocurrir al presidente Zapatero en su segunda legislatura.

En efecto, al comienzo del presente curso político, el Gobierno español se encamina hacia su peor coyuntura. Hasta ahora, Zapatero había podido capear el temporal de la crisis navegando a remolque de sus dos rompehielos protectores, los presidentes Obama y Sarkozy, que le condujeron en volandas hasta las cumbres del G-20+2. Pero una vez que la crisis financiera global ha tocado fondo, e inicia su recuperación, esta percha exterior ya no le sirve a Zapatero de coartada. Ahora nuestra propia crisis doméstica prosigue su ineluctable desarrollo con plena autonomía sin poder beneficiarse de la recuperación exterior, impulsada por la inercia del efecto retardado de la explosión de la burbuja inmobiliaria. Es verdad que nuestras tres empresas globales se han salvado, pero el resto de la economía española continúa prisionera de su triple trampa inmobiliaria (stock sin vender), hipotecaria (morosidad) y presupuestaria (caída del ingreso y explosión del gasto a causa del creciente desempleo por la contracción de la demanda).

Al comienzo del presente curso político, el Gobierno se encamina hacia su peor coyuntura

Nos espera así una década perdida de depresión del consumo a la japonesa, y mientras tanto seguirá hinchándose la nueva burbuja del déficit presupuestario y la deuda pública. Y por si esto fuera poco, el clima político también empeora. Cuando ya se creía que la debilidad parlamentaria del Gobierno había quedado resuelta con el deficitario pacto de la financiación autonómica, hete aquí que el TC amenaza con decretar la inconstitucionalidad del Estatut, reactivando la insumisión del soberanismo catalán. A su vez, el PP retorna a la neocrispación con su nueva cruzada de victimización conspiranoica. Y para acabar de rizar el rizo, la llegada invernal de la inofensiva pandemia H1N1 desnudará la cara oculta del sistema sanitario español, un ídolo con pies de barro que presume mucho de sus especialidades punteras (como los trasplantes) mientras padece un grave déficit en servicios de urgencia y atención primaria. Por eso es de temer que, pese a la objetiva debilidad de la nueva gripe, nuestra red sanitaria será incapaz de atender el inminente ataque de pánico social mediáticamente creado.

Y para enfrentarse a todo esto que se le avecina, al Gobierno de Zapatero no se le ocurre nada mejor que subir los impuestos, gravando todavía más el consumo de las clases trabajadoras (con tributos indirectos) y las rentas y haciendas de las clases medias (las únicas que pagan impuestos directos), a riesgo de hacer abortar la próxima recuperación económica. Así, ante el dilema de recortar el Presupuesto, como exige la derecha (PP, CiU), o de subir los impuestos, como pide la izquierda (IU, ERC, ICV), el funámbulo Zapatero ha optado como siempre por prometer (no se sabe si también dar) una de cal y otra de arena: 15.000 millones de recorte pactado con el PP y otros 15.000 millones de subida de impuestos, a su vez divididos entre una subida de 10.000 en indirectos, a pactar con el PNV, y otra de 5.000 en directos, a pactar con la izquierda. Es el talante multipartidista de Zapatero, un veleidoso promiscuo de geometría variable que no practica el bipartidismo por consenso, como pretende Obama, sino la bigamia más versátil y voluble, a fin de mantener intacta su autonomía política.

En efecto, en lugar de tratar de atraer a todos hacia su propio terreno, según intentan hacer Obama y Sarkozy como presidentes centrípetos al estilo Rey Sol, el presidencialismo centrífugo de Zapatero sólo aspira a frustrar y defraudar a todos, rompiendo para ello uno tras otro los sucesivos compromisos que ha ido ofreciendo y a veces contrayendo con propios y extraños. Es un peculiar ejercicio del divide y vencerás, que Zapatero aplica preferentemente a sus aliados antes que a sus adversarios. Así acaba de hacerlo también con el principal grupo de prensa español (al que pertenece este periódico), al que no ha dudado en penalizar para ganarse a cambio otro pírrico apoyo. Y la única explicación de tan adúltera estrategia es la de mantener a ultranza su propia autonomía política para no depender de servidumbres ni protectorados (algo que lo iguala a su rival Rajoy). Lo cual le ha llevado a romper con sus aliados naturales de la vieja guardia del PSOE, de la izquierda parlamentaria y ahora del Grupo PRISA. El problema es que a este paso terminará por romper también con sus propios electores.

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