Procrastinar
Siempre me ha fascinado anticipar la dirección que toma una pelota de rugby cuando sale rebotada del suelo, aunque no pueda decir lo mismo del rugby económico que practican las autoridades económicas cuando aplican medidas que salen rebotadas en cualquier dirección. Ello provoca confusión y aumenta la incertidumbre, dañinas para la formación de expectativas y la toma de decisiones correctas por los agentes económicos.
En la estrategia para combatir la recesión y el desempleo, el orden en el que se apliquen las medidas es parte de su éxito. La otra parte quizás consista en identificar el problema económico fundamental, que podríamos resumir diciendo que nos encontramos ante una severa recesión con paro, deuda en expansión y elevadas necesidades de capitalización. Y la mejor forma de abordarlo reclama un ajuste que restaure la competitividad, así como una mayor vigilancia de la solvencia de nuestras instituciones financieras.
Se comprende la ayuda a los parados. Pero la economía es aún débil para subir los impuestos
Es necesario un escenario de recuperación. La experiencia enseña que éstas arrancan con la expansión de las exportaciones. Luego las empresas aumentan su grado de utilización de la capacidad instalada hasta que deciden invertir ampliando su capital físico y creando nuevos empleos que estimulan el consumo. Tal suele ser el itinerario de una fase expansiva y probablemente también lo será ahora. Por eso, nuestra economía debe prepararse para aprovechar el tirón de la demanda alemana y francesa. Además, y puesto que no podemos devaluar, necesitamos corregir la pérdida de competitividad mediante un ajuste competitivo interno: entre 1999 y 2008 los costes laborales unitarios relativos con respecto a la UE-15 han crecido el 12% en la economía, y el 24% en manufacturas.
También hay que determinar el momento idóneo para terminar con la ventilación asistida a la economía, y hacerlo cuando empecemos a vislumbrar la salida del túnel. A partir de ahora, la producción y el empleo caerán menos, pero no creo que lo peor haya pasado. La construcción exigía un ajuste que ya se está produciendo, aunque lentamente. En cuanto al empleo, las empresas se han desembarazado de los precarios, pero a partir de ahora destruirán empleo más protegido. Nos hemos roto el "menisco" de los precarios y ahora la pierna golpea sin amortiguador, hueso contra hueso. Cuantitativamente se notará menos, social y políticamente hará más daño.
Se comprende que las autoridades apliquen una nueva inyección distributiva del gasto mediante la ayuda especial al desempleo, pues, al fin y al cabo, los trabajadores no son los responsables de la crisis financiera e inmobiliaria. Además, es moralmente reprobable abandonar a los parados a su suerte. Pero tampoco podemos seguir aumentando el gasto y la deuda indefinidamente. Ello supondría acelerar la actual dinámica exponencial de la ratio Deuda/PIB (del 36,2% en 2007 al 62,3% en 2010) y avanzar por la senda del crecimiento insostenible de la deuda, antecámara de la insolvencia financiera.
Debemos enfrentarnos a esta aritmética desagradable. Estabilizar esa ratio exige que la tasa de crecimiento del tipo de interés sea inferior al crecimiento de la economía, y todos sabemos que los tipos de interés subirán con la recuperación europea, mientras que las perspectivas de crecimiento españolas son sombrías. Financiar aquel gasto con impuestos o deuda no saldrá gratis y, si no se aborda también el problema de fondo, alargará la recesión.
Quizás debido a esa aritmética desagradable que puede comprometer nuestra solvencia, las autoridades están pensando en subir los impuestos cuando, en mi opinión, la economía está todavía demasiado débil. Una solución más indolora, y que no afectaría a la competitividad, consistiría en subir el IVA a cambio de rebajas en las contribuciones sociales.
No está claro que las medidas anunciadas alcancen el fin que persiguen. La intención es admirable, aunque quizás de efectividad dudosa, porque las rentas del capital pueden evadir impuestos con mayor facilidad que las del trabajo. Para desgracia nuestra, la economía se desentiende con frecuencia de la ética. Al revisar las contribuciones de los economistas al ámbito de la ética, el filósofo Jesús Conill recoge en su libro Horizontes de Economía Ética la aportación de K. Homman, quien propone una teoría económica de la moral cuya tesis principal sostiene que la validez de las normas depende de su realizabilidad y ésta de la aplicación de la racionalidad económica.
Desde esa perspectiva consecuencialista, la capacidad recaudatoria de los impuestos que gravan las rentas del capital dependerá, entre otras razones, de sus posibilidades de deslocalización. Lo que sí está claro es que nadie invertirá donde aumenten los impuestos. No olvidemos que no son sólo las rentas de los ricos o los "capitalistas" las que se gravan, sino el ahorro de las familias y empresas en general. Por lo tanto, el anuncio desincentivará la inversión nacional y extranjera, cuando lo que necesita nuestra economía es capitalizarse. Y es que el infierno de la economía está empedrado de buenas intenciones éticas y políticas.
El nuevo gasto distributivo ni nos dispensa de la aritmética desagradable ni del ajuste competitivo y de capitalización. Procrastinar y practicar el rugby económico supone una receta diseñada para eternizarnos en un doloroso periodo de deflación.
Manuel Sanchis i Marco es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.
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