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Columna
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Abandonar el barco

Fernando Vallespín

El pasado mes de junio, en plena tormenta provocada por la crisis económica, cinco ministros de Gordon Brown dejaron el Gobierno en un plazo de cuatro días. Entonces se dijo por parte del Partido Laborista que eran poco menos que ratas que abandonaban el barco en un momento en el que la popularidad del primer ministro caía a plomo. El líder de la oposición, David Cameron, sostuvo por su parte que, "en un momento de recesión profunda y crisis política, necesitamos un gobierno unido; tenemos en cambio un gobierno cayéndose en pedazos delante de nuestros propios ojos". Poco después, sin embargo, la crisis de las dimisiones ministeriales se estabilizó y no llegó a mayores. Y aunque Brown no estaba en sus mejores momentos, las vías de agua se taponaron y la nave volvió a emprender su renqueante rumbo.

Los profesionales más o menos "independientes" contribuyen a oxigenar la política partidista

A la vista de la que se ha montado porque tres ex ministros del Gobierno de Zapatero hayan renunciado a su escaño en el Congreso, no quiero ni imaginar lo que habría ocurrido si algo parecido a lo del Reino Unido hubiera acontecido en España. Casi con toda seguridad se tendrían que haber convocado elecciones generales. El hecho de que la coyuntura sea en parte similar a la británica, un Gobierno acosado por la crisis y con una oposición crecida, puede inducir a establecer paralelismos. Pero la situación es bastante distinta, y probablemente cada uno de estos tres casos particulares tiene su propio perfil; cada renuncia obedece a razones diferentes. Lo que los tres tienen en común es que todos son ex ministros y que sus posibilidades de seguir jugando un papel protagonista en la vida política son escasas. Son también profesionales de prestigio con una indudable capacidad para reintegrarse en la vida de la "sociedad civil"; es decir, no necesitan la política para tener un lugar al sol. El que les puedan unir también discrepancias fundamentales con la forma en la que Zapatero ejerza su liderazgo es una hipótesis probable, pero de difícil demostración. No hay que olvidar que el hecho de haber pasado por el Gobierno de España les ha dotado también de un importante valor añadido que ha contribuido a potenciar su impacto futuro sobre su vida profesional, y ellos lo saben.

Fuera ya de estos supuestos específicos, la cuestión que me parece verdaderamente relevante en este contexto es el parasitismo recíproco que se establece entre políticos de partido y profesionales más o menos "independientes". Estos últimos contribuyen sin duda a oxigenar la política partidista. Siempre se ha dicho que la política es una cuestión demasiado importante para dejársela sólo a los políticos, y el incorporar a estos profesionales en las listas electorales o en determinados cargos da una impresión de apertura a la sociedad que se traduce en beneficios tangibles para la imagen de los partidos y de la democracia en general.

Quienes dan el salto desde la sociedad civil a la política no están necesariamente guiados por un interés inmediato; responden más a un compromiso personal con un proyecto que a la búsqueda de prebendas específicas. Muchos se familiarizan enseguida con el cargo, incluso con las lógicas burocráticas, y son fagocitados por el discurso y las prácticas dominantes hasta devenir en indistinguibles de cualquier otro político de toda la vida. Algunos incluso se llegan a acomodar de tal forma a la política que, de modo imperceptible, ésta se acaba convirtiendo ya en su nueva profesión. Todos conocemos muchos de estos casos. A otros, sin embargo, la dureza de las luchas del poder, la vida del partido y la omnipresencia de las críticas de los medios de comunicación les ubica en una situación de extrañamiento. Son los más inadaptados, aquéllos que aceptan con dificultad las jerarquías y las muchas disciplinas que comporta la indudable severidad de ese mundo. Una vez fuera del cargo, es decir, desprendidos de su responsabilidad, lo lógico es que "no se encuentren" ya en el proyecto y emprendan el viaje de vuelta. Y no por ver frustradas necesariamente sus ambiciones de poder, sino porque es llegado ya el tiempo de retornar allí donde tienen su auténtica vocación. Los habrá que se lleven más o menos decepciones o alegrías, pero no hay nada dramático en ello, forma parte de la lógica secular que ha acompañado siempre al compromiso con la política activa. Hacer juicios de intenciones generales está, pues, fuera de lugar.

Lo malo es, como ya deberían saber los afectados, que en ese endiablado entorno, hasta ésa su última decisión será siempre juzgada al final en clave política.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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