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Columna
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Velázquez y Preciados

Tenía que hacer tiempo hasta la hora del estreno de La cena de los generales, la pieza de teatro escrita por José Luis Alonso de Santos y dirigida por Miguel Narros, con mucho talento por parte de ambos, y decidí ir andando desde la calle Castelló, donde me encontraba por casualidad, hasta el Teatro Español. De vez en cuando me gusta darme un garbeo por el barrio de Salamanca. Aprendí a apreciarlo durante el tiempo que trabajé en la calle de Velázquez en un edificio con cocheras junto a la pastelería Mallorca. Se trataba de un organismo oficial, cuyos despachos habían sido encajados en los salones, salas, habitaciones y cocinas de un pisazo enormemente señorial con techos altos y barrocas molduras de escayola. En los ratos de tedio, mientras mis compañeros echaban sus buenas dos horitas de desayuno (por entonces no me llamaba la atención la comida), me quedaba pensando cómo combinar todos los tonos de rosa, el color más valorado de la zona junto con el beige y el verde botella. También me quedaba contemplando por los alargados ventanales de los balcones la sensación de adormecida paz, y un punto de aburrimiento, que recorría el barrio. Me quedaba preguntándome por qué todos los hombres tenían que llevar el pelo mojado (o como mojado) y estirado para atrás ¿Por qué? ¿Por qué ese miedo a no parecer recién duchados? ¿Podría tratarse de un afán de limpieza exhibicionista frente al olor a sobaco del obrero sudoroso? ¿Por qué ese miedo a la extravagancia?

Lo de Pozuelo es una señal de cambio que se podría extender a El Viso y al Parque Conde de Orgaz

A día de hoy aún no ha entrado en Juan Bravo, Ayala y Don Ramón de la Cruz el aire Amy Winehouse, de pelo que parece sucio, gruesa raya en los ojos que parece del día anterior o de la semana pasada, por lo que adivina cuándo se habrá cambiado de bragas.

¿Por qué ese miedo al apiñamiento y al gentío? No querría ser criticona pero siempre me ha parecido que aquí (seguimos en el Barrio de Salamanca) el buen gusto se confunde con la contención y el no atreverse. No me atrevo a pasar del rosa, no me atrevo a pasar del marrón, no me atrevo a no llevar los zapatos relucientes. No me atrevo a no ir conjuntado. Cualquier cosa antes que arriesgarme a ser hortera. Un lugar donde las dependientas de las tiendas hablan con acento extraño, como si fueran extranjeras de un país que no existe y son muchísimo más finas de lo que la clienta podrá llegar a serlo jamás. Una dependienta que te hará tomar conciencia de tu gran vulgaridad. Por lo que no es de extrañar que los cachorros de la versión Serrano de la periferia que es Pozuelo hayan dicho basta. Basta de ser buenos, basta de no ser rebeldes. Nosotros también queremos acabar a hostias con la policía, queremos llevar el botellón hasta las últimas consecuencias. Lo de Pozuelo es una señal de cambio que se podría extender a El Viso y al Parque Conde de Orgaz. ¿Por qué van a ser siempre los otros los que den la nota? No tenemos miedo a nada, somos tan gamberros como los demás. Se rompe lo que haya que romper. Ya está bien de pensar que en los colegios privados nos agilipollan.

Me dirigía a La cena de los generales, esa divertida comedia con un estupendo Sancho Gracia en el papel del maitre Genaro, pensando que el barrio de Salamanca se ha conservado casi tan limpio como lo recordaba, casi tan beige y tan gris marengo, como si existiera una frontera invisible que el populacho no se atreve a pasar. Y por muchas obras que se hagan en la calle de Serrano los usos y costumbres de esta zona son los que más lentamente evolucionan frente a Chueca, Lavapiés, Carabanchel, Villaverde...

Aún hay dos Madrid. Uno representado por pongamos la calle de Velázquez. Otro representado por pongamos Preciados. Por fortuna, ya no estamos en los terribles tiempos en que en una misma cocina, la cocina del Hotel Palace que sirve de escenario y espacio poético en La cena de los generales, un Madrid mataba al otro, un Madrid privaba de libertad al otro. Por fortuna ahora todo se reduce a una cuestión estética.

El torrente de gente de la calle de Preciados es insoportable, pero de vez en cuando apetece pegarse un baño de masas y desembocar en una puerta del Sol sin arreglo posible, sobre todo si nos empeñamos en convertirla en algo que no es. A la gente le gusta citarse allí porque tiene algo de plaza de pueblo y porque no encuentran que desentonen en las calles que la rodean. En la Puerta del Sol no se busca la belleza sino la familiaridad, ser uno más.

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