_
_
_
_

Tregua socialista en La Rochelle

El anuncio de primarias abiertas por parte de Aubry pacifica de momento el convulso mundo del PS francés

Antonio Jiménez Barca

Se preveía un minicongreso a cara de perro, como sólo los socialistas franceses son capaces de desarrollar: alianzas bajo cuerda, contraalianzas, traiciones, pesimismo generalizado y, en el fondo, nada excepto la impaciencia de varios dirigentes jóvenes y no tan jóvenes por hacerse con la inestable silla de la primera secretaria, Martine Aubry. Pero la universidad de verano del Partido Socialista francés (PS), celebrada este fin de semana en La Rochelle, ha pacificado de momento la formación y cortocircuitado las hemorragias internas. El discurso de Aubry del viernes, en el que fijaba un calendario para las primarias abiertas del partido, que se organizarán el primer semestre de 2011, ha tranquilizado a todos los aspirantes, que comprueban que ya hay unas reglas de juego a las que atenerse. El efectivo golpe de timón de Aubry no fue improvisado. "Todo estaba pensado desde julio", aseguraba el diputado François Lamy, consejero político de la primera secretaria.

"Aquí hay mucho jefe y ningún líder. Y así nos va", afirma un viejo militante

Tal vez la bella y plácida ciudad de La Rochelle, con elegantes veleros atracados en el puerto, tenaces músicos callejeros y carísimos puestos de artesanía, haya servido de analgésico e insuflado su calma atlántica a las declaraciones públicas. Tal vez la proximidad de las elecciones regionales del año que viene obligue a los socialistas franceses a cerrar filas. Tal vez. Pero el caso es que el PS regresa al curso político algo reforzado y (de momento) pacificado. Aubry, de hecho, olvidó ayer el propio ombligo del PS y centró el discurso de clausura en arremeter contra la derecha y el modelo liberal-financiero que, a su juicio, ha conducido al mundo hacia la crisis global.

Así cerró Aubry esta universidad de verano, desarrollada en el edificio Encan, en el fondo un conjunto de mesas redondas (denominadas aquí talleres) en las que militantes, dirigentes y simpatizantes discutieron sobre política y sociedad. La fiebre del debate se extendió por toda la ciudad: el sábado un grupo de activistas se plantó frente a la sucursal de un banco para recoger firmas y criticar tanto a los banqueros como las leyes financieras. Los coquetos restaurantes, terrazas y cafés de la ciudad se abarrotaron con los cientos de participantes del minicongreso, convenientemente identificados por su pase prendido a la camisa y por sus conversaciones obsesivas sobre el futuro de la izquierda.

Los títulos y los contenidos de las mesas redondas tendían por lo general a lo teórico cuando no a lo puramente abstracto (Pensar el porvenir, Autoridad republicana en cuestión...). De hecho, no hubo ninguna sobre las cuestiones peliagudas que atormentan al PS y que se convertirán en fuente de futuras disputas: si el socialismo francés debe escorarse al centro o a la izquierda para ganar votantes o qué condiciones hay que imponer a los que quieran concurrir a las primarias.

Pero, con todo, los actos, por sesudos que resultaran, se llenaron de asistentes y sirvieron, sobre todo, para dos cosas: los líderes más o menos consolidados comprobaron el grado de aceptación de sus posturas (y su persona) y los más jóvenes e inexpertos se foguearon en la dialéctica y en el cara a cara.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Hubo muchas maneras de pensar y muchas de exponerlas: varios integrantes de una asociación se pasearon con una camiseta de colores que decía por un lado "Yo soy candidato..." y por otro "... para cambiar la izquierda". Danien Flamant, de 24 años, explicó así el significado: "Primero son las ideas; después ya elegiremos a las personas". Cerca de él, un viejo militante, de 65 años, Jean-Ives Quéré, más realista, reflexionaba en voz alta: "Aquí hay mucho jefe y ningún líder. Y así nos va. Pero, por lo menos, esta vez, no se han peleado mucho".

Martine Aubry, durante el discurso que clausuró el encuentro.
Martine Aubry, durante el discurso que clausuró el encuentro.EFE

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_