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"En siete años no quedarán payeses"

Las restricciones agrícolas en los Aiguamolls de l'Empordà acabarán con la actividad, según los afectados - La Generalitat presenta hoy nuevas propuestas

Rebeca Carranco

Pere Ros. 52 años. Veterinario y ganadero. Tiene las botas en la entrada de la finca, sobre unos neumáticos. Están sucias de estiércol, de barro y de paja. Es incapaz de recordar desde cuándo los Ros se dedican a criar animales. Su familia tiene una explotación con 100 reses para producir leche en Castelló d'Empúries (Alt Empordà). "Siempre he visto vacas en mi casa. Supongo que la tradición viene de mis bisabuelos", dice. También cultivan maíz y cereales que sirven de alimento para los animales.

Al día producen unos 2.500 litros, que luego venden a la Cooperativa Lechera del Empordà. Su objetivo es seguir creciendo, pero Pere teme la futura ampliación del parque natural de los Aiguamolls de l'Empordà. Su finca quedaría afectada y eso le impediría edificar más. Si no hay más espacio, no caben más vacas. Si no caben más vacas, el negocio no puede prosperar. "En siete años no quedarán payeses en los Aiguamolls", dice, y da la culpa a las trabas de la Administración. Pero no todo está perdido, el Departamento de Medio Ambiente se reúne hoy con los 16 municipios afectados por la ampliación del parque para presentarles un nuevo proyecto.

"Esto apenas da para un sueldo. Es trabajar por amor al arte"
"Nos quieren limitar el uso de los pesticidas. ¡Eso ya lo regula la UE!"

Las tierras de Pere están catalogadas como zona de influencia. Si el borrador del primer plan que Medio Ambiente presentó en abril se llevara a cabo, la explotación de los hermanos Ros quedaría dentro de una "zona periférica de protección y conexión". El documento dice que son terrenos que proteger, "por su potencial de recuperación o por su valor estratégico en cuanto a la interconexión de los diferentes sectores del espacio protegido".

En un plazo máximo de dos años, esas tierras formarían parte del parque natural y serían zona agronatural. Eso supone que sólo estarían permitidos los usos tradicionales en la agricultura y la ganadería. Eso sí, sin contar los humedales, donde están prohibidos. Las edificaciones, que es lo que más preocupa al hombre, sólo podrían llevarse a cabo en supuestos concretos y sujetos a una estricta normativa. Este periódico pidió su versión al Departamento de Medio Ambiente, que declinó hacer declaraciones.

"Agricultura tradicional. ¿Qué es eso? Y encima nos quieren limitar el uso de los pesticidas. ¡Eso ya lo regula la Unión Europea!", dice Pere, tratando de no perder los nervios. Su finca suma unas 80 hectáreas entre terrenos alquilados y en propiedad. Las reses sacan la cabeza entre los barrotes para comer. Algunas se esconden ante los desconocidos; otras, siguen rumiando. Son animales privilegiados que tienen hasta ventiladores para aliviar el calor y baños de agua fría de vez en cuando para refrescarse. "Las vacas no sudan como los caballos. Por eso hay que mojarlas y secarlas", añade.

Por si fuera poco, los animales lucen pendientes. El de color naranja es su carné de identidad, donde dice que la vaca 556 es hija de la 426 y se llama Suny. El amarillo, su número de explotación. Conocer la procedencia es sagrado. De nuevo, el anfitrión aporta más detalles: "Los animales que no se sabe de dónde vienen hay que sacrificarlos".

La granja de Pere tiene sólo 12 años. Antes estaba dentro del pueblo. Con el crecimiento, se quedaron rodeados por las casas y tenían dos opciones, o dejarlo o buscar un nuevo sitio. Al final compraron las tierras de al lado de los parques pensando que eran las mejores. "Y ahora nos encontramos con esto", lamenta en referencia a la ampliación, que duplica la extensión, de 4.868 hectáreas a 9.828.

Forma parte de la Asociación de Propietarios y Payeses que se oponen al crecimiento del parque natural. Son 318 miembros que buscan presionar a las administraciones públicas para que no se apruebe el plan especial que les "ata de pies y manos", según él. Denuncian que unos mil payeses se verán afectados por la regulación. Su portavoz, Enric Costa, asegura que el proyecto limita los cultivos. "Además, nos podrán pegas a cosas como el uso de mallas en las frutas dulces porque se pueden quedar enganchados los pájaros. Tampoco podremos vender las fincas cuando queramos y se guardan el derecho a expropiarnos al precio que marquen", denuncia.

Pese a todo, Pere sigue dejándose el espinazo en la finca. Este verano se ha quedado sin vacaciones para sustituir a su hermano, que es el que trabaja a tiempo completo. Domingos y festivos incluidos. Los dos estaban pensando en una nave nueva par la paja antes de que pusieran en marcha el plan especial. Pero ya no lo tiene claro. En su línea de malos presagios, Pere vaticina un futuro muy negro al negocio de la familia Ros. Ni sus dos hijos, ni los dos hijos de su hermano quieren seguir con la explotación. Y él tampoco quiere que lo hagan. "Esto apenas da para un sueldo. Es trabajar por amor al arte", sentencia.

Pere Ros en su finca del Empordà.
Pere Ros en su finca del Empordà.PERE DURAN

Multa de 600 euros por talar unos chopos

El ganadero Pere Ros teme a la ampliación de los Aiguamolls de l'Empordà más que a una vara verde. Explica que hace unos años decidió cortar una serie de chopos porque daban demasiada sombra en un terreno donde cultiva maíz para las reses. Esas tierras están pegadas al parque. "Pedimos los permisos y cuando ya estábamos a medio cortar, nos multaron con 600 euros porque, según ellos, formaban parte del entorno natural. ¡Esos árboles los había plantado mi abuelo!", recuerda, aún perplejo. Desde entonces asegura que los payeses han agudizado el ingenio. "Estas tierras", dice señalando una llanura de color amarillo, "antes estaban repletas de árboles. Pero ahora cuando nacen les pasamos por encima con los tractores porque luego no nos los van a dejar cortar, aunque nos den sombra y nos fastidien el cultivo", dice.

Los problemas no se acaban ahí. De un tiempo a esta parte tienen un nuevo enemigo: los gamos. El parque decidió reintroducir la especie en el hábitat y ahora están por todas partes. "Pisan los cultivos y se alimentan de nuestras tierras. Cuando pedimos que los controlen, nos dicen que no pueden. Estamos en el siglo XXI, hemos llegado a la Luna. ¿De verdad que no los pueden cerrar?", se pregunta.

El mismo problema les plantean los jabalíes, que le han obligado a poner una valla eléctrica alrededor de toda su finca para impedir que entren. "Incluso recogemos el maíz 10 días antes para evitar que se coman el grano", cuenta.

En su opinión, lo lógico sería que el parque les indemnizara por los destrozos, algo que según él no pasa, o pasa sólo cuando dan mucha guerra. Otra opción que propone el hombre es que les ofrezcan cultivar maíz para los gamos y para los jabalíes. "Podríamos hablarlo. Pero tal como estamos ahora, los animales lo destrozan todo y nosotros a cambio no recibimos nada".

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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