Modernización pendiente
Las principales economías están aportando señales suficientes para considerar que lo peor de la recesión global ha concluido. Algunas de ellas (China, Japón, Alemania y Francia, entre otras) pueden consolidar los indicios de incipiente recuperación registrados en el PIB del segundo trimestre del año. El FMI, sin echar las campanas al vuelo, ha confirmado el buen tono de los últimos indicadores. Esas expectativas no son, sin embargo, de aplicación a la economía española.
La crisis será más severa en España. No se trata de que la recuperación sea más tardía, debido a que entráramos algo más tarde, sino que los efectos depresivos serán más intensos porque el patrón de crecimiento vigente en la última década deja consecuencias más graves y escasas posibilidades de aprovechar a corto plazo el repunte de la demanda de las economías adelantadas en la recuperación. La excesiva dependencia del crecimiento español de la construcción residencial y la financiación casi exclusivamente bancaria de promotores y compradores son los rasgos que en mayor medida diferencian a la economía española del resto. El todavía explícito racionamiento crediticio y la parálisis del sector de la construcción son los principales responsables del rápido ascenso del paro y de esa tasa igualmente diferenciada, que se aproximará al 20% de la población activa.
En ese sector, al igual que en algunos servicios, la mayoría del empleo creado era temporal. Aunque las inversiones municipales han concedido un respiro, el paro va a seguir creciendo porque no hay sector susceptible de compensar esa destrucción. En realidad, como anticipa la OCDE, el paro estructural crecerá en nuestra economía. Las tensiones en el sistema bancario se seguirán haciendo eco del deterioro de la solvencia de las familias y empresas.
Las posibilidades de que la economía española aproveche la recuperación incipiente de algunas economías son escasas porque lo son los sectores con suficiente número de empresas con bienes o servicios competitivos globalmente, capaces de vender a los que ahora demandan. Los ingresos por turismo tendrán que esperar. Es en circunstancias como las actuales en las que se revelan las consecuencias de la inacción de los Gobiernos de estos últimos diez años en la dirección de conseguir un patrón de crecimiento más equilibrado. El Gobierno actual no acaba de orientar eficazmente sus decisiones. Ha puesto parches a través de las inversiones municipales o de la prestación de desempleo de los 420 euros, pero ha hecho poco por sentar las bases de un patrón de crecimiento más sostenible e intensivo en ventajas propias de una economía moderna.
Modernizar la economía no es sólo invertir en dotaciones de capital distintas a las de naturaleza física, aunque es una condición necesaria. Es también cambiar usos y costumbres en la toma de decisiones. Ser rigurosos en su aplicación y, en todo caso, mejorar la calidad de las instituciones y los incentivos para que se regenere el tejido empresarial. Es, desde luego, predicar con el ejemplo, cumpliendo el plan de modernización tecnológica de las administraciones públicas que formuló el primer Gobierno de Zapatero o siendo eficaces en la asignación de los recursos a planes de estímulo, o la simplificación de los trámites y plazos para crear una empresa. Es la forma de hacer las cosas; el abono de la confianza, en definitiva.
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