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Cientos de 'manteros' repelen a pedradas a los guardias de El Vendrell

El Consistorio cifra en 500 los vendedores, que llegan a mil en fin de semana

De la huida al asalto frontal. La estampa de manteros al galope tras vislumbrar el uniforme de la Policía Local ha desaparecido en El Vendrell (Baix Penedès). Ahora, cuando llegan los guardias, les llueven piedras y barriles de cerveza. La refriega ocurrió el pasado viernes, se repitió el sábado y volvió a rozarse el domingo. "Puede repetirse cualquier otro día. Se han vuelto muy violentos. Necesitamos ayuda", detalla el concejal responsable de la policía municipal, Raúl Buira. "Cada día intentan actuar unos 500 vendedores, la mayoría inmigrantes sin papeles. Son entre 800 y un millar los fines de semana. No damos abasto", asegura. Seis agentes han sido heridos, uno de ellos de gravedad. El barril de cerveza le impactó en la cabeza.

Seis agentes han resultado heridos, uno de ellos de gravedad
"Los inmigrantes solían comprar a las mafias. Ahora las mafias los controlan"
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Los manteros se han multiplicado a lo largo de los siete kilómetros de costa de El Vendrell este verano al tiempo que han revolucionado sus métodos. Cuentan con una decena de ojeadores que recorren el paseo marítimo sin despegarse del teléfono móvil para distribuir a los vendedores en función del despliegue policial. Se trasladan en furgonetas o autocares propios, reseña Buira. Disponen de personal que repone los productos que hayan agotado. Y han dejado de preocuparse por que su género falsificado mantenga un mínimo apego respecto al original. "Venden relojes huecos, sin maquinaria. El 60% de los CD que hemos requisado son vírgenes", detalla la policía.

La avalancha de vendedores se palpa desde la mañana. Al mediodía los márgenes del paseo aparecen repletos de cortinas viejas sujetas con piedras que hacen de pisapapeles. Otros guijarros sostienen ristras de bolsas de basura, también plásticos viejos amarilleados por el sol. Son el resguardo que asigna un espacio a cada mantero para cuando el paseo hierva convertido en zoco. A las siete de la tarde se arracimarán hasta tres hileras de mantas obstruyendo el paso de los peatones. "Es paradójico pero a nosotros incluso nos beneficia. Esta zona nunca había recibido tanta afluencia de gente", detalla el dueño de un bar cercano.

El Ayuntamiento atribuye esta radicalización a la voracidad que las mafias imprimen a los vendedores. "Los inmigrantes solían comprar su mercancía a las mafias. Ahora las mafias controlan a los vendedores", señala Buira. Ahmed, un joven que dice tener 30 años, ni confirma ni desmiente. "No puedo hablar, no me dejan decir nada", comenta enfadado con un enorme fardo entre las piernas. Al caer el sol lo extenderá en el mismo lugar en el que sucedió el enfrentamiento del pasado sábado. "15 de agosto, el día con más clientela de todo el año", recuerda Eduard, de 33 años y gerente del bar en torno al cual se organizó la reyerta. Una decena de agentes rodearon a una cincuentena de vendedores sobre las once de la noche. Tras confiscar el material, inmigrantes y turistas increparon a los agentes. Un corro de cientos de curiosos se cerró alrededor de ambos bandos. "Y empezó a llover de todo", recuerda Eduard. Sillas voladoras planearon sobre los carritos de bebé que empujaban los paseantes. "Fue raro que nadie resultara herido", apunta Iván, el gerente del chiringuito del que sustrajeron el barril de cerveza para emplearlo como munición. 'Esto es la guerra', gritaban los manteros", cuenta sorprendido.

Comerciantes y vecinos asumen el drama que arrastra cada uno de los manteros, pero la marea humana les aboca a la contradicción. "Si no vendieran quizá se dedicarían a robar", razona Ana Montero, riojana de 52 años que veranea en un apartamento de lujo cuyo acceso queda bloqueado cada atardecer por una cadena de mantas. Lo dice tras el tinte de sus gafas de sol de marca impronunciable, adquiridas por 10 euros, a la puerta de casa.

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