Los 'lateros' luchan contra los cacos en la playa de la Barceloneta
Los rateros burlan a los urbanos, concentrados en perseguir a los vendedores
Ni Mossos d'Esquadra ni Guardia Urbana. Si un bañista que acude estos días a las abarrotadas playas de Sant Sebastià y de la Barceloneta quiere mantener sus pertenencias protegidas de los ladrones, la ayuda más eficiente la recibirá de los lateros. Estos vendedores ambulantes suelen asociarse a los carteristas en los lamentos de los comerciantes sobre el estado del espacio público barcelonés, tan habituales cuando llegan el buen tiempo y los turistas. Y, efectivamente, ambos grupos comparten muchos de estos espacios urbanos, como las playas más veteranas de la ciudad. Pero los lateros, en su mayoría paquistaníes, no quieren que les confundan con los cacos, en su mayoría magrebíes. Así que avisan a los turistas descuidados para que tengan cuidado de sus bolsas, ahuyentan a los muchos ladrones que merodean por la zona e, incluso, recuperan algunas de las pertenencias sustraídas.
Los paquistaníes que venden refrescos están hartos de que les tomen por cacos
Cuando entregaron al tercer ratero, la policía les pidió que no les agobiasen
Los urbanos se afanan más en evitar las ventas que los hurtos
Tal es el enfrentamiento, que incluso ha habido peleas entre los dos grupos, cuentan observa-dores de la playa como el senegalés Boubakar Boh, que se gana la vida alquilando hamacas. Y Ali Muhannar asegura haber participado en cinco de estas peleas.
Este paquistaní ya vendía latas en la Barceloneta el año pasado, cuando, explica, un cliente que no le quiso pagar le acusó ante la policía de ladrón y acabó multado. Para dejar claro que él trata de ganarse la vida sin robar, este año ha ayudado a algunos bañistas. Cuenta el caso de unos ingleses, que con su ayuda lograron recuperar sus pertenencias sustraídas, alcanzar al caco y entregarlo a la policía. Les ayudó con la condición de que dejasen claro que él no tenía nada que ver con el hurto. "El problema es que no tenemos papeles", añade Muhannar para explicar por qué él y sus compañeros no suelen llegar tan lejos, y se limitan a ahuyentar a los ladrones: temen salir perjudicados ellos también si se acercan a la policía para entregar a algún ratero.
Pero hace un par de semanas se decidieron a hacerlo, narra Saíd Gasham. Este colombiano es dueño de un chiringuito y, en teoría, debería oponerse a la actividad de los lateros porque le resta clientela. Pero ante su terraza llena, explica que él también está harto de ver hurtos día sí día también, así que decidió ayudar a los paquistaníes y ocuparse de la entrega de los rateros a las fuerzas del orden. La iniciativa duró poco, prosigue: cuando cazaron al tercer ladrón en una misma tarde, la policía les pidió que no les agobiaran tanto, asegura Saíd.
Agentes no faltan. Mossos y urbanos patrullan por la zona a pie, en coche y en moto. Pero los Mossos conceden que, uniformados como van, su labor es más bien disuasoria y a pocos pueden detener. Así que se concentran en poner la venda en la herida: atienden a los bañistas que ya han sido robados y recogen sus denuncias. Para ello, y para evitar que las víctimas tengan que desplazarse hasta la comisaría más cercana, que está en la calle de Nou de la Rambla, fuera ya del barrio costero, este año han instalado una oficina de atención ciudadana en un local junto a la playa.
También disuaden los urbanos que se pasean por la arena con pantalón corto y camisa amarillo fluorescente. Algo más discretos son los agentes de paisano que la Policía Local tiene desplegados, además, en la zona. Pero, más allá de una vaga colaboración con los Mossos para garantizar la seguridad ciudadana, entre sus objetivos no figura la lucha contra los carteristas. Los urbanos se concentran en menesteres más apremiantes para el Ayuntamiento, como hacer cumplir la ordenanza cívica, que prohíbe, entre otras muchas cosas, la venta ambulante.
Así que, mientras los cacos campan tranquilamente, los lateros, que prestan un servicio que parece ser muy bien venido para los muchos bañistas que compran sus refrescos fríos, han de estar al tanto de los urbanos. Uno de ellos es Houssam, palestino que lleva 25 de sus 47 años en España. No es un latero habitual, ni de los que se enfrentan a los descuideros. El paro le ha obligado a buscarse la vida en la playa. "No me gusta, pero prefiero dedicarme a esto antes que a robar", decía en su segundo día sobre la arena, el martes. Lo contaba llorando, y concedía cierto sentimiento de humillación: un agente de paisano acababa de pillarle e imponerle una multa.
Quien no llora, pero podría, es Natalie Chernyich. Esta turista rusa visitaba Barcelona con su novio y una amiga de San Petersburgo cuando dos cacos le robaron el bolso mientras disfrutaba, el pasado lunes, de las últimas luces del día en la playa. Dos descuideros sustrajeron su bolso, que era el bulto que estaba más a mano de los muchos que rodeaban a los tres turistas, algo despistados. Una vez obtuvieron su botín, los ladrones se alejaron con disimulo por las calles de la Barceloneta.
Es como suelen actuar. Con una toalla y en bañador, los ladrones disimulan ser bañistas -para ello, alguno incluso llega a zambullirse en el mar-. Pasean por la zona en busca de despistados y, cuando los encuentran, se les tumban cerca y alcanzan sus pertenencias. A veces tapan sus maniobras bajo las toallas.
Pasa a todas horas y cada poco tiempo. También por la noche. Una joven catalana que había acudido con varios amigos a pasar una velada tranquila el pasado martes perdió así su monedero: cuando dejaron solo a uno de los amigos con todos los bolsos sobre la playa, dos magre-bíes se le acercaron. Uno le ofre-ció hachís mientras el otro hurgaba en el bolso. Muy poco después se presentó la Guardia Urbana. No para socorrer a las víctimas. Desalojaban, con malos modos, a la gente de la playa, para proceder a limpiarla. "Sí, ya sabemos que hay cacos", respondieron con pasividad cuando se les indicó lo sucedido. Y siguieron expulsando a gente de la arena. Los lateros, mientras tanto, aguardaban a que los urbanos se marcharan para proseguir con su negocio. Y, de paso, para ahuyentar ladrones.
Masajes, 'servesas', pareos y donuts
Lateros y carteristas no son los únicos que conviven -y se enfrentan- sobre la arena de la costa de la ciudad. En las playas de Sant Sebastià y la Barceloneta, donde los barceloneses se zambullen en el Mediterráneo desde hace generaciones, con el buen tiempo también florecen otras actividades irregulares, tan variadas como los bañistas que acuden a tostarse y remojarse.
Entre hombres y mujeres, barceloneses y turistas, gays y heteros que disfrutan del agua y del sol, ofrecen sus servicios vendedores de pareos, de gafas de sol, de bisutería e incluso de repostería. Exceptuando a algún inmigrante proveniente del África negra y a algún autóctono empujado por la crisis a buscarse la vida sobre la arena, la mayoría de estos ofertantes son paquistaníes. Solidarios, pues, con sus compatriotas en la lucha por limpiar su imagen manchada por los hurtos.
Indiferentes a esta pugna, en cambio, patean la arena un sinfín de mujeres chinas, parapetadas con un sombrero y mostrando alguna reproducción del cuerpo humano. Mientras los paquistaníes anuncian sus servesas, ellas ofrecen masajes. Ocupan así otro de los nichos de este amplio mercado negro playero, que según la ordenanza cívica no debería existir, y que se expande a pesar de los esfuerzos de la policía.
Pero el personaje más singular de todos es, quizá, el Bambolino. Su dedicación a la música callejera llevó a este francés a Barcelona hace nueve años y, desde entonces, se gana la vida cada verano en las playas de la capital catalana. Vende donuts. Marcando el ritmo con un sencillo instrumento musical, el triángulo, avanza por la arena haciendo equilibrismos con la gran bandeja en la que lleva su mercancía, que carga sobre la cabeza.
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