¿Aralar es la esperanza?
Es de temer que José María Guelbenzu sufriera un ataque de ingenuidad transitoria cuando escribió ETA, la costumbre de odiar, publicado el 30 de julio. Cosas del calor, supongo. Sólo así puede disculparse que culmine su tribuna con esta afirmación: "La valerosa actitud de Aralar o la decisión del Tribunal de Estrasburgo sobre la disolución de Batasuna alimentan la esperanza". Él sabrá en qué radica la valentía de aquel partido, pero no parece difícil mostrar la oposición de su doctrina y de su práctica con la sentencia de ese tribunal.
Mientras los jueces europeos refrendan la ilegalización de Batasuna porque su proyecto es "incompatible con la democracia", Aralar se enfrentó antes y después a tal disolución como un atropello antidemocrático. De ahí que haya rechazado cuantas mociones buscaban remover de los ayuntamientos a grupos cómplices del terror como ANV.
Aralar se ha abstenido incluso de condenar los recientes atentados etarras, porque no podía solidarizarse con las Fuerzas de Seguridad ni siquiera cuando éstas son sus objetivos mortales. Y es que, según su fundador, autoridad contra la violencia sólo la tiene quien reprueba siempre toda violencia, "sea de ETA o de cualquier otra autoría". Al fin y al cabo, la paz exige que "los cauces políticos, al margen de las ideas de cada uno, sean respetados".
En lugar de limpiar las calles de carteles de terroristas presos, promovamos el "respeto recíproco de todos los sufrimientos, la capacidad de reconocer a todas las víctimas, sea cual sea la causa por la que son víctimas...". Semejante perversión intelectual y moral ¿será nuestra esperanza.
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