Números y palabras
Pues no, ni siquiera en un asunto que parecía eminentemente de números, como el de la financiación autonómica, ha sido posible objetivar el aumento de ingresos que el nuevo modelo va a significar para Cataluña. La diversidad de las cifras lanzadas por los distintos partidos, pero sobre todo el enorme gap que se dibuja entre lo que suman las previsiones de las diferentes autonomías y esos 11.000 millones que el Gobierno español ha fijado como incremento total, sin querer desglosarlos por comunidades, alimentan toda clase de dudas y sospechas sobre los rendimientos reales de la fórmula. Una fórmula que, además, depende en buena parte de los ingresos tributarios y, por tanto, de la problemática evolución de la crisis global. Cuando incluso los economistas profesionales difieren, y mucho, en la valoración del acuerdo, ¿cómo no va a hacerlo la ciudadanía profana en general?
El nuevo modelo refleja el consumado tacticismo de Zapatero, no un cambio en la cultura política del PSOE
A pesar, pues, del merecido prestigio técnico y político del consejero Antoni Castells, las bondades o los defectos de la nueva financiación se han convertido en materia de fe partidista y, por consiguiente, en objeto de propaganda. La mejor prueba de ello es la rapidez con que la Generalitat y los principales partidos políticos se han lanzado a insertar anuncios de prensa, a organizar entrevistas institucionales o a repartir folletos por calles y plazas, cosas todas ellas innecesarias si el acuerdo sellado el 15 de julio fuese magnífico sin reservas o nefasto sin paliativos. A estas alturas, más que el incremento de recursos, lo que importa son las rentas político-electorales positivas o negativas del pacto; más que los números, las palabras o, como se dice ahora, "el relato".
En este terreno -el de la explotación política del tema- el PSC parece la fuerza mejor situada para lucrarse, aunque también afronta un serio peligro: que, ebrio de autosatisfacción y euforia, crea mágicamente resueltos todos los desencuentros, las tensiones, las diferencias con el PSOE, esas a las cuales el debate de la financiación dio inusual visibilidad; un buen abrazo entre Montilla y Zapatero, y pelillos a la mar... Es una tentación poderosa, sin duda; pero ceder a ella sería pan para hoy y hambre para mañana, porque el nuevo modelo refleja el consumado tacticismo de Rodríguez Zapatero, no un cambio en la cultura política del PSOE. Y el PSC no podría permitirse, dentro de cuatro años, otra guerra de nervios como la de 2007-2009.
Mucho más difícil, desde luego, es la posición de Convergència i Unió, aunque seguramente inevitable. Entre gregario del tripartito y guardián de la intransigencia estatutaria, Artur Mas ha preferido aparecer como lo segundo. Su problema es que 15 meses son un plazo tal vez demasiado corto para que las debilidades de la nueva financiación sean patentes antes de las próximas elecciones catalanas.
En cuanto a Esquerra Republicana, los máximos valedores de su papel decisivo en el acuerdo final han sido, una vez más, los voceros del ultraespañolismo mesetario: "Zapatero se humilla ante ERC" (Estrella Digital); "Una nueva financiación contra España y contra los españoles" (Libertad Digital); "Esquerra arranca 371 millones más" (El Mundo); "Zapatero se rinde a ERC" (Abc); "Zapatero, de rodillas ante los nacionalistas" (Luis María Anson, en El Imparcial); "ZP cede al chantaje de Cataluña" (Nación Digital); "no se había visto una bajada de pantalones igual por parte del Gobierno español" (José María Carrascal, en Abc); "Si a ERC le va bien, a los españoles nos irá mal" (José Luis González Quirós, en La Gaceta de los Negocios); "lo que sí existe en España, y de forma bien justificada, es una enorme Esquerrafobia" (El Mundo).
El otro día, Joan Ridao declaraba que "el independentismo clásico probablemente no se siente cómodo con ERC". Los separadores clásicos, en cambio, siguen como en 2003-04: haciéndole las campañas de imagen.
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