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La reforma sanitaria de EE UU entra en la fase decisiva

Obama se juega su destino político con la trascendental iniciativa legislativa

Antonio Caño

Si esta semana decisiva se resuelve favorablemente, EE UU puede estar a días de distancia de una histórica legislación para dar cobertura sanitaria a todos o casi todos los norteamericanos. Pero, para ello, será necesario antes que Barack Obama convenza a los congresistas de su propio partido de que la factura de ese gigantesco proyecto no va a suponer un lastre para la economía durante varias generaciones.

El presidente no tiene en este momento otro asunto en su agenda. Toda la Administración está volcada en esta reforma. Todo el país vive pendiente de una iniciativa que, en el día en que se celebra la llegada del hombre a la Luna, puede representar la mayor gesta desde entonces.

El presidente quiere que la ley entre en vigor antes de final de año
Sólo el 49% de los ciudadanos apoya a la Casa Blanca en el proyecto

En un país que gasta el doble que cualquier otra nación desarrollada en sanidad y, sin embargo, deja a más de 40 millones de ciudadanos sin cobertura y presta un pobre servicio a muchos millones más, es fácil imaginar la expectación ante lo que está a punto de ocurrir.

Obama se comprometió a que esta ley entre en vigor antes de final de año. Para ello, ha pedido a los legisladores que la voten en ambas cámaras antes de las vacaciones, que empiezan el 1 de agosto. Algunos se han quejado de esa precipitación, pero el presidente cree que si se pierde este momento, dado el volumen de intereses a conciliar, se perderá la oportunidad para muchos años más.

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Así pues, se viven horas de máxima intensidad en el Capitolio, donde diferentes comisiones y congresistas, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, buscan un acuerdo sobre los aspectos más polémicos de la ley, especialmente en lo que se refiere a su financiación.

La Oficina de Presupuesto del Congreso, un órgano bipartidista cuyos diagnósticos gozan de plena autoridad, advirtió la semana pasada que el proyecto de reforma sanitaria actualmente a consideración en la Cámara elevaría el déficit nacional en 239.000 millones de dólares para 2019.

Obama niega ese cálculo. Ha garantizado que es capaz de ofrecer cobertura sanitaria casi universal con el dinero que se ahorre de los derroches que ahora existen en el sistema -especialmente de parte de las aseguradoras- y ha prometido que no firmará ninguna ley que represente un aumento del déficit.

Pero algunos en su propio partido no le creen, y el presidente tiene difícil, a día de hoy, contar con los votos necesarios para sacar adelante la reforma, especialmente en el Senado. Mucho más difícil aún será que esa ley progrese, como hubiera sido el deseo de Obama y lo lógico dado su trascendencia, con apoyo bipartidista. Los republicanos acusan a Obama de ser el presidente más despilfarrador de la historia y están aprovechando el debate sobre la reforma sanitaria para acentuar esa crítica.

Los ciudadanos, por su parte, combinan el entusiasmo por la reforma sanitaria con el temor a un incremento desorbitado del déficit. De tal manera, la credibilidad de Obama en esta materia se está empezando a resentir. Según una encuesta publicada ayer por The Washington Post y la cadena ABC, ya sólo un 49% de los norteamericanos respalda el manejo del presidente en este tema.

La sentencia definitiva del público llegará, por supuesto, en las elecciones legislativas de noviembre de 2010, en las que el tema sanitario ocupará, probablemente, un papel muy relevante. Por eso, Obama pretende que, para entonces, empiecen a sentirse los efectos positivos de la reforma.

Para los norteamericanos, aunque critican su sistema sanitario actual, el paso hacia un nuevo modelo es un salto al vacío. El miedo a lo desconocido atenaza a gran parte de la sociedad y sirve de caldo de cultivo para algunos extremistas que advierten de la llegada de un sistema de salud socialista.

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