Sir Edward Downes quería morir junto a ella
El director de orquesta y su esposa se suicidan en Suiza
La historia de Edward y Joan reúne muchos elementos que podrían tentar a más de un guionista para llevarla al cine. Un amor que dura 54 años y llega más allá de las barreras de la enfermedad y la muerte. Sin duda, hay suficientes elementos para generar una cierta fascinación por la decisión de sir Edward Downes y su esposa de recurrir al suicidio asistido. Ambos estaban gravemente enfermos y decidieron poner fin a sus sufrimientos juntos con la colaboración de la asociación suiza Dignitas.
"Murieron en paz y en las circunstancias que ellos mismos eligieron". Tal fue el anuncio del doble suicidio hecho público el viernes pasado por los hijos del matrimonio, Caractacus y Boudicca.
La asociación suiza Dignitas ayuda a extranjeros a quitarse la vida
La decisión de la pareja generó una conmoción mayúscula en Reino Unido, donde la práctica del suicidio asistido está perseguida. Por esta razón, cada vez son más los ciudadanos británicos (y franceses o alemanes) que recurren a los servicios de Dignitas, asociación con base en Zúrich dirigida por el abogado y activista Ludwig Minelli. La legislación suiza no persigue la asistencia al suicidio "siempre que no medien móviles egoístas" tal como reza el artículo del Código Penal que hace posible dicha práctica.
Sir Edward, de 85 años, estaba considerado "uno de los mejores directores de orquesta británicos de la posguerra", especialista en Verdi y música rusa, mientras que lady Downes fue una reputada bailarina, productora y coreógrafa. Director emérito de la Orquesta Filarmónica de la BBC, Downes fue elevado al rango de caballero por la reina Isabel II en 1991. Tras décadas de un matrimonio aparentemente feliz, los problemas de salud empañaron la dicha familiar. Downes "estaba prácticamente ciego y sordo", según declararon sus hijos en un documento emitido por la cadena BBC. Más delicado aún era el estado de salud de lady Downes, que padecía un cáncer terminal e incurable.
Tras hacerse pública la noticia, varios medios de comunicación parecen confundir una vez más asistencia al suicidio con eutanasia. En el primer caso, es el propio paciente quien da el último paso al ingerir por voluntad propia la poción fatal. Ésta es la alternativa tolerada y admitida por la legislación suiza. Por su parte, la eutanasia implica la asistencia activa de una tercera persona que inyecta o ayuda a ingerir la solución letal, y está perseguida por la ley en Suiza.
El suicidio asistido de sir Edward y lady Downes llega en un momento en el que la sociedad suiza se plantea una regulación formal de la asistencia a la muerte voluntaria. Exit, la segunda asociación suiza de asistencia al suicidio, que sólo atiende a ciudadanos suizos o residentes, acaba de firmar hace cinco días con las autoridades de Zúrich un acuerdo para regular dicha práctica.
Es la primera vez que una asociación de estas características consigue oficializar el suicidio. Según el doctor Jérôme Sobel, presidente de Exit en la Suiza francófona, todos estos esfuerzos se realizan "en busca de la mayor transparencia posible". De hecho, no son pocos los observadores que ven una cada vez mayor toma de distancia entre Exit y Dignitas, cuyo turismo de la muerte genera polémica de forma constante. Una polémica que, sin duda, reabrirá el debate en Reino Unido, desde donde 115 ciudadanos pueden haber viajado a Suiza para recurrir a los servicios de Dignitas en lo que va de año.
Según el diario británico The Guardian, la activista en favor de la muerte digna Jo Cartwright afirmó que este caso "ilustra claramente la necesidad de un cambio en la ley".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.