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La situación en el País Vasco
Columna
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Euskadi: la oferta

Si tenemos en cuenta los esfuerzos hábilmente desplegados por Patxi López para esbozar un cambio discreto en sus primeras semanas de gobierno y la brutalidad con que procedieron sus adversarios nacionalistas, los resultados que ofrece el último Euskobarómetro invitan al desaliento. Da la sensación de que las posiciones se encuentran fijadas de antemano y que cualquiera que sea el efecto de una u otra política no van a variar. Y que la campaña de descalificación llevada a cabo por el PNV ha surtido efecto. A sabiendas de que Batasuna es un instrumento de ETA, seguirán clamando en nombre de la democracia contra la aplicación de la Ley de Partidos. La estrategia de la tensión frente al Estado desarrollada por Ibarretxe es premiada con su confirmación como político más popular. La crispación se achaca a la división entre nacionalistas y no nacionalistas, olvidando el tipo de política orientada a la autodeterminación llevada a cabo por el tripartito, también premiado por la bondad de su gestión. Sólo falta declarar que la ausencia total de detenciones de etarras por la policía del anterior Gobierno vasco constituye el mejor modo de luchar contra el terrorismo.

El viraje táctico anunciado por el PNV responde puntualmente a lo expresado por el Euskobarómetro
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El viraje táctico anunciado esta semana por el PNV responde puntualmente a lo expresado por la encuesta. No hace falta insistir en las críticas, ni en la oposición en todo y por todo, ya que tales ideas se encuentran suficientemente asentadas en la mentalidad de los vascos. La mitad de los ciudadanos llega a cuestionar la legitimidad del Gobierno López, pero es que dos tercios le expresan poca o ninguna confianza de cara al futuro, y casi en la misma proporción muestran su desacuerdo con el acuerdo PSE-PP. El no nacionalista a la actual situación es rotundo, y en cierta medida se ve reforzado por la sorprendente debilidad del apoyo de los socialistas a un Gobierno monocolor que lleva sus siglas. Como ocurriera en 2001, en el comportamiento electoral de los socialistas vascos sigue contando la divisoria tradicional respecto de la derecha, heredada de los años 30. Los objetivos de la campaña poselectoral del PNV quedaban así cumplidos. Sólo faltaba tomar en consideración otro factor tradicional, la preferencia por una coalición PNV-PSE, y rectificar de acuerdo con la opinión de los ciudadanos, favorables a que el PNV ejerza una oposición responsable y constructiva, incluso llegando a una colaboración puntual. Dicho y hecho: con la propuesta nacionalista, la pelota pasa al campo del Gobierno del PSE, y en difíciles condiciones para su devolución.

Lógicamente, Patxi López había de rechazar la oferta, tanto por lo que supone de traición un cambio de alianzas, rompiendo con un PP hasta ahora leal, como por la condena a medio plazo al depender de un PNV muy superior en escaños: ahora sí que el Gobierno de Patxi López resultaría ilegítimo. Por añadidura, desaparece toda posibilidad futura de acuerdo entre constitucionalistas. No resulta, sin embargo, nada grato seguir manteniendo un pacto rechazado mayoritariamente en la opinión vasca (aunque no, por supuesto, en la del conjunto de España).

Donde la nueva actitud del PNV viene a incidir con éxito es en el tema de la Diputación de Álava. Con toda seguridad, la sustitución del nacionalista Xabier Agirre, siendo el PNV tercer partido en la provincia y el PP primero, estuvo acordada entre PSE y PP antes de las elecciones autonómicas. Fue aplazada sólo para evitar la impresión de "frentismo". Sólo que luego se complicó. El PNV no cometió el error de acosar al Gobierno desde esa Diputación amenazada, dejando el trabajo a la de Vizcaya. Hubiese sido preciso entonces aprovechar los tiempos de campaña de descalificación en torno al nombramiento de lehendakari, pero una vez pasada la tormenta el cumplimiento del compromiso implícito se ha hecho muy gravoso para el PSE. Tanto más con la oferta del PNV, que puede materializarse en ese apoyo parlamentario que necesita Zapatero. No es casual que dos hombres fuertes de Madrid, Ramón Jáuregui y Javier Rojo, se hayan desplazado a Vitoria para envolver el rechazo del lehendakari a la iniciativa de Basagoiti. Como consecuencia, el golpe es fuerte para el PP y no sólo ante la pérdida de una posición de poder que razonablemente le correspondía, sino por lo que esta frustración supone de cara al futuro del partido en Álava, su bastión cada vez más desgastado por el cambio demográfico (más UPyD) y por una marginación que ahora puede verse confirmada, a pesar del servicio prestado en la constitución de un monocolor socialista, ahora más frágil.

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