Modestos resultados
La cumbre del G-8 mantiene viva la cooperación y confirma el nuevo liderazgo de Estados Unidos
La cumbre del G-8 en L'Aquila ha superado en parte los malos augurios que precedieron a su celebración. A la distancia entre las diversas posiciones de partida se sumaban los problemas internos del anfitrión, Silvio Berlusconi, y las dificultades añadidas por el hecho de convocarse en una región devastada por un reciente terremoto. De ahí que se acogiera con cierta sorpresa el que, finalmente, los dirigentes de las mayores economías del mundo pudieran acordar una reducción del 80% antes de 2050 en las emisiones que provocan el efecto invernadero, invitando al resto de los países a hacerlo en un 50% durante el mismo periodo. El secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha considerado insuficiente el compromiso. Tiene razón si únicamente se atiende a las cifras; el aspecto positivo reside en que la nueva Administración norteamericana no sólo ha asumido el principio de la lucha contra el cambio climático, sino que ha aceptado cuantificar sus primeros compromisos.
El análisis de la crisis económica, segundo gran asunto de la reunión, se saldó con un nuevo llamamiento a la prudencia y al realismo. Los líderes del G-8 confirmaron la existencia de signos de mejora en la economía mundial, pero insistieron en que el futuro sigue siendo incierto y en que las políticas acordadas en el seno del G-20 deben mantenerse hasta consolidar la recuperación. Uno de los riesgos mayores sigue siendo el proteccionismo, y de ahí que renovaran su compromiso con los mercados abiertos. La propuesta estadounidense de crear un fondo de ayuda a la agricultura destinado a garantizar la seguridad alimentaria era importante porque venía a demostrar que Obama entiende los foros multilaterales de manera distinta de su predecesor: no son necesariamente límites al poder de Estados Unidos sino que pueden servir como instrumento adicional para reforzarlo.
El G-8 abordó, además, una de las primeras preocupaciones de la agenda internacional norteamericana: la proliferación nuclear y, en concreto, los programas atómicos de Corea del Norte y de Irán. Los líderes de las principales economías mundiales están de acuerdo en el riesgo que representan estos programas, pero difieren en la intensidad de la estrategia. Obama sigue concediendo una oportunidad al diálogo, y tal vez no le falta razón: en 2010 tendrá lugar la revisión del Tratado de No Proliferación, por lo que esa fecha es a la vez el límite para una eventual salida negociada y el inicio de la cuenta atrás para la adopción de cualquier otra respuesta.
Aunque sin grandes resultados, la cumbre de L'Aquila ha servido para mantener viva la voluntad de cooperación internacional ante los graves problemas del momento. La reunión ha cumplido un cierto papel que no puede ser despreciado: ha desbrozado el camino que debe llevar al próximo encuentro del G-20 en septiembre y ha afianzado el nuevo tipo de liderazgo internacional que ha decidido ejercer Estados Unidos.
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