¿Caerá la fruta podrida del árbol de Madoff?
Tras la condena al estafador, las pesquisas se centran en su entorno
Picaron el anzuelo a miles. Les atraía el dinero fácil y la exclusividad del club creado por Bernard Madoff. Ahora, en cambio, los afectados por el mayor fraude de la historia de Wall Street no se dejan impresionar con la ejemplar sentencia dictada contra el pez gordo de la trama. ¿Quién más es culpable?
El juez Denny Chin impuso el lunes a Bernard Madoff una condena de 150 años de prisión. Una sentencia récord. Pero el más grande de los villanos financieros no fue sometido a una instrucción que le forzara a revelar sus secretos. El juez Chin se conformó con una declaración de culpabilidad y Madoff se confesó único autor de una estafa valorada en 50.000 millones de dólares (35.000 millones de euros).
Hasta ahora sólo se han recuperado 1.225 millones de dólares de la estafa
Nadie, ni siquiera Chin, se cree a estas alturas que el condenado actuara solo. Los investigadores tampoco se conforman con que pase el resto de su vida en la cárcel. Ahora intentan desenmascarar a los que pudieron ayudarle a mantener viva una estafa que duró tres décadas. El cerco se estrecha entorno a una decena de personas muy cercanas a Madoff.
Las primeras son sus empleados más leales. Hasta la fecha, sólo se presentaron cargos criminales contra el contable, David Friehling. Pero en ese círculo de colaboradores destaca Annette Bongiorno. Ella trabajó para la firma durante más de cuatro décadas. Se presentaba como una secretaria. Pero se sospecha que, junto a su marido, captaba pequeños clientes mientras Madoff utilizaba sus encantos en los campos de golf en Palm Beach para atraer a las grandes fortunas.
Pasó inadvertida mientras el imperio financiero se venía abajo. Hasta que en marzo fue captada por las cámaras de la cadena de televisión Fox de fiesta en un club en Florida, donde tiene una lujosa casa en Boca Ratón (valorada en 1,1 millones de dólares). Además, posee una propiedad en Long Island (de 3,6 millones), dos Mercedes y un Bentley. Demasiado para una secretaria. Su oficina estaba a unos pasos de donde Bernard Madoff construyó la colosal estafa. De acuerdo con las informaciones que maneja el fiscal, dos de los asistentes de Bongiorno describieron como les instruyeron en la firma para recopilar la información que se utilizaba y vestir de legitimidad los informes que se entregaban a los clientes.
No actuaba sola. Hay otro veterano empleado bajo sospecha: Frank DiPascali, como Bongiorno, criado en Howard Beach, el barrio de clase media en Queens donde creció Bernard Madoff. La lista de inversores que manejan las autoridades revela que algunos de los afectados vivían en la misma dirección que los dos empleados, o muy cerca. Pero ambos niegan estar al corriente de la trama, o haber cometido irregularidades.
El segundo cerco de la investigación envuelve a la familia. ¿Qué papel desempeñó Peter Madoff, el hermano del condenado? ¿Y sus hijos, Andrew y Mark? ¿Y su sobrina Shana Madoff?
Andrew y su hermano Mark -desde que estalló el escándalo en diciembre no hablan entre ellos, según cuentan círculos financieros- trabajaron toda su vida para la firma creada por su padre y por su tío. En la parte lícita, esgrimen sus abogados. Pero las autoridades se preguntan cómo es posible que ignoraran que un fraude mayúsculo se fraguaba a su lado. Pero ni el fiscal ni los reguladores los tienen en cuenta, sólo se les nombra en varias demandas privadas.
Al margen de las sospechas parece quedar Ruth Madoff, esposa del estafador. Antes de la sentencia renunció a reclamar activos por valor de 80 millones que estaban a su nombre. Los investigadores no tienen evidencias suficientes que demuestren que ayudara a su marido.
El tercer círculo de las pesquisas atañe a los fondos que alimentaban la trama. Ahí es difícil separar a los que participaron en el fraude de los que optaron por no hacer más preguntas de las debidas. Cuatro nombres podrían ayudar a reconstruirla: Maurice Cohn, su hija Marcia y Robert Jaffe, de Cohman Securities, y el prominente gestor de fondos californiano Stanley Chais.
Durante décadas, hicieron negocio con Madoff a cambio de suculentas comisiones. Las relaciones entre Cohman y Madoff eran tan estrechas que, según los reguladores, compartían la misma recepción, fotocopiadoras y aseos. Es más, Bernard y Peter Madoff aportaron prestigio a la firma al comprar la mitad de su capital, a cambio de gestionar el dinero.
Madoff era la fuente de entre el 64% y 91% de los beneficios de Cohman. No son los únicos inversores que, al igual que Chais, retiraron el dinero de la firma antes de que se destapara el fraude. Unos, como el Santander, pactaron ya un remedio para compensar a las víctimas y evitar un juicio. Otros, como Fairfield Greenwich, Carl Shapiro, Ezra Merkin, Ascot Parteners y Jeffrey Picower, se enfrentan a multimillonarias demandas.
Todos dicen ser víctimas, no colaboradores. Aún así, se preparan. El reputado gestor de fondos neoyorquino Ezra Mekin decidió esta semana poner en venta su colección de arte, valorada en 310 millones, para pagar a los clientes que se le echan al cuello. El fiscal Andrew Cuomo le acusa de haber canalizado 2.400 millones hacia Madoff sin que sus clientes lo supieran.
Hasta la fecha, sólo se ha probado 13.200 millones del total defraudado. Pero la red es tan compleja, que apenas se recuperó una décima parte, 1.225 millones de los que una quinta parte corresponden al desembolso del Santander. Irving Picard, el encargado de supervisar el proceso de liquidación de Madoff, espera recuperar 2.470 millones más.
Dos días después de conocerse la suerte de Madoff, Picard anunciaba que ya se habían comprometido 231 millones de lo recaudado a pagar a 543 inversores defraudados. Es decir, la compensación media fue de 425.500 dólares. En mayo se anunciaron 61 millones. El plazo para que los afectados pudieran reclamar pérdidas por la estafa venció pasado el jueves. La otra dificultad será repartir el dinero.
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