Jugar con la memoria
Observo, con estos ojitos de observatriz que se ha de comer la tierra, que la publicidad -televisiva: la que nos sodomiza más el coco- ha emprendido, en estos tiempos, una doble línea de investigación, que diría el maestro Si Acebes, No Conduzcas. De un lado, lo que podríamos llamar el estímulo adquisitivo para ciudadanos en crisis económica (o súbditos: eso depende de cada uno). De otro, el territorio "tú has sacado provecho de la catástrofe, mereces lo mejor". Por entre medias, lo de siempre: compresas y productos limpiadores para la mujer y gilipolleces escapistas para el hombre; y así, respectivamente, para las crías (en el sentido de larvas, que no de género).
Pero el hombre y la mujer y las criaturas y los géneros -ahora sí- intermedios, que se yerguen sobre sus dos pies en todos los sentidos, saben distinguir. O eso creo.
"Me parece repulsivo que una publicidad glose las ventajas de carecer de recuerdos"
Y verán que, en el fondo, es mucho más honesto -quiero decir: más claramente embustero, más cantamañanas- el anuncio de Cajamadrid. Exacto, ese que redescubre -tiene narices- la palabra "sí" (que al parecer habríamos ido perdiendo porque nos habríamos endurecido previamente debido al predominio del materialismo vil), gracias a un director de sucursal que acoge al suplicador y que, prácticamente abrazándole y llevándole en volandas a su despacho, se apresta a responderle que sí quiere a cualquier solicitud de préstamo personal y sin aval. Más honesto es ese anuncio, dentro de la inmundicia publicitaria -fiel reflejo de la social, por otro lado- que, por ejemplo, ese otro spot que para vendernos un coche de alto copete se pregunta qué sería de Nosotros los Humanos si fuéramos peces y, lo que son las cosas, tuviéramos la memoria de un pez.
No vamos a descubrir a estas alturas la mitología popular creada, gracias al cine de animación sobre todo, en torno a los pescaditos y sus seseras. Lo que me parece repulsivo es que una publicidad absolutamente machista, elitista y asquerosa se dedique a glosar, primero, las ventajas de carecer de recuerdos... para terminar concluyendo -válgame el cielo la redundancia- que "ni falta que nos hace" carecer de ella, dado que así el dandi de vía estrecha que sale en pantalla puede recordar perfectamente la clase de hombre en que le ha convertido el coche que posee.
Pero no olvidemos -por insistir en el tema- que previamente nos han sido expuestos los beneficios de que disfrutan los peces, esa metáfora soft de alzheimer usado libremente como gancho sin que ni Rouco ni ningún ayatolá hayan puesto el grito en su techo. ¡Sería como saborear un huevo frito por primera vez! ¡Sería como mirar con ojos nuevos, cada día y para siempre, a la propia esposa! Ahí se equivocan deliberadamente, como es natural, porque la más mínima reflexión nos conduce a la conclusión de que el cónyuge -cualquiera que sea su, repito, género- que contempla a su complemento o contrario como si le descubriera a diario, indefectiblemente le pondrá los cuernos o se largará, puesto que es la memoria del afecto y de la lealtad lo que por fortuna mantiene a la gente unida. El deseo y la pasión -ese poderoso gancho para adultos que, en el anuncio, nos llega mediante el desabrochado de corsé que el protagonista lleva a cabo mientras su mujer nos mira con picardía- duran lo que un choque de trenes, que diría Thelma Ritter en La ventana indiscreta.
En segundo lugar de la lista de publicidad encanallada pondría el de la chica que es "más lista que el HAMBRE", esa parafernalia robada directamente del onegeísmo más distraído, pero que en realidad sólo prepara para la adquisición de galletitas de 30 calorías.
Y de los otros, de aquellos a los que de inmediato les ves el plumero, el puesto número dos también lo ocupa uno de usureros: el del banco portugués que presume de que ese tío al que acaban de comprar por 94 millones de euros los va a colocar en su establecimiento. Allí está él, sonriendo, sentando encima de su paga.
No hay desmemoria peor que la voluntaria. Y la inducida por los anuncios, desde luego.
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