Bajo el cañón de Israel
Militares israelíes rompen su silencio para denunciar el maltrato que sufren los palestinos
Tomamos el colegio y detuvimos a cualquier persona entre los 17 y los 50 años. Todos vinieron maniatados y con los ojos vendados. Cuando pedían ir al servicio, los soldados los llevaban y los golpeaban sin ninguna razón que justificara esas palizas. Muchos fueron detenidos para recabar información para los servicios de seguridad, no porque hubieran hecho algo. En general, a la gente se la mantuvo sentada durante 10 horas al sol. Se les daba agua de vez en cuando. Los soldados pasan 10 horas de pie, aburridos, así que golpean a la gente. Tal vez es su única satisfacción".
Sucedió en Hares, un pueblo del norte de la Cisjordania ocupada en marzo pasado.
El diálogo entre el soldado que prestó este testimonio y un activista de Breaking the Silence, una combativa ONG israelí, prosigue:
La opinión en el batallón Haruv es que los árabes son animales salvajes que deben ser destruidos, revela un cabo de 19 años
-Hay soldados que piensan que las esposas de nailon son para inmovilizar y para impedir que la sangre llegue a los dedos. Se ponen azules.
-¿Cuánto tiempo pasaron así?
-Siete horas. Al final, tras quejas y lloros, el comandante ordenó que aflojaran las esposas.
-¿Participó el batallón entero?
-Sí.
-¿Comenzó la operación de día?
-Por la noche. Trajeron al conserje del colegio a las tres de la madrugada y abrió las clases.
-¿Con qué criterio detuvieron a la gente?
-A partir de los 17 años. Pero había chicos de 14 años. Eran unos 150. La mayoría, en pijama.
-¿Viste otros incidentes?
-Muchos reservistas participaron y celebraron las humillaciones, insultos, tirones de pelo, patadas y bofetadas. Era la norma. Lo que sucedió en los servicios, lo que llamamos el baile de los demonios, fue lo más extremo.
Un grupo de judíos, varios de ellos ex suboficiales y fervientes creyentes, pelean a brazo partido para dar a conocer lo que tantos en Israel saben, pero que muy pocos osan contar. Lo pasan mal estos activistas de Breaking the Silence, que alzan la voz en un país anestesiado ante el sufrimiento del enemigo. Pretenden quebrar el grueso muro que envuelve las prácticas aberrantes de muchos soldados para reprimir ataques a pedradas lanzados por jóvenes palestinos. La denuncia tiene precio elevado. Pero algún militar, excepción de la regla, no soporta lo que ve. Y rompe el silencio. Rara vez sucede.
Es el caso de otro uniformado. D., cabo de 19 años de la Brigada Kfir, la más implicada en los desmanes en Cisjordania. D. no aguantó más después de la redada en Hares, el 26 de marzo. Describió a sus superiores el comportamiento de muchos compañeros y se negó a prestar ciertos servicios en Cisjordania. Fue condenado a 30 días de prisión. "La opinión común entre los soldados del batallón Haruv", acusa D., "es que los árabes son animales salvajes que deben ser destruidos".
El portavoz del Ejército ofrece una versión muy distinta: "Durante meses, los conductores que circulaban en la carretera próxima a Hares sufrieron ataques que provenían de las colinas de la zona. Varios civiles inocentes resultaron heridos. Por ello, el Ejército operó para interrogar a sospechosos involucrados en estos atentados. Todos los detenidos, sospechosos de estar involucrados en actividades violentas, recibieron un trato digno, incluido el aprovisionamiento de agua y alimentos".
No faltan soldados que opinan que las medidas de seguridad son imprescindibles, pero que detestan las humillaciones gratuitas. Como la del vídeo difundido esta semana en el que varios militares fuerzan a un palestino a golpearse en la cara mientras tiene que alabar a sus agresores, que entre tanto se mofan.
Las vejaciones no son excepción. No hay más que ver los semblantes de los palestinos en los controles. En fila, callados, atentos a las órdenes, a menudo displicentes y a gritos, a veces apuntados directamente con un fusil. Tampoco es de extrañar la actitud de esos jóvenes uniformados, dadas las palabras del coronel Itai Virob, jefe de la Brigada Kfir, quien semanas atrás se granjeó la reprimenda del alto mando cuando afirmó: "La agresividad para impedir que la violencia [de los palestinos] crezca no sólo está permitida, a veces se exige. Un golpe, incluso cuando la gente no está implicada, para lograr el objetivo de la misión es posible".
Las operaciones de la Brigada Kfir -en la que sirven cientos de jóvenes de la extrema derecha nacionalista y religiosa- son constantes en Cisjordania. A veces acompañan a los colonos en sus asaltos a pueblos palestinos. Muchos soldados son a su vez colonos de esta brigada que dispone de información precisa recabada de chivatos palestinos -son legión- y mediante operaciones destinadas a conocer hasta el último rincón de un pueblo. Lo llaman mapeo.
Habla un sargento de la brigada: "Entramos en una casa. Reunimos a la familia en una habitación y ordenamos a un guardia que los encañone... Se fotografía todo, se inspecciona lo que hay en la vivienda y se pasa la información a los servicios de seguridad. Pero lo que conmociona es que los hay que roban". Con frecuencia se cae en la violencia gratuita.
"Yo", agrega el sargento, "no lo he hecho, pero mis amigos sí me hablan del vandalismo". Y de destrozos del mobiliario de viviendas con madres y niños presentes, de humillaciones a minusválidos. "Cuando me alisté estaba muy motivado. Entrené, y ya prestando servicio vi a la gente comportarse como animales... Como si fueran dioses", explica, muy pesimista sobre las posibilidades de cambiar la situación. "Para los soldados, árabe es sinónimo de terrorista. Así es como han sido educados".
Los soldados disfrutan de una posición de superioridad abrumadora. Armados hasta los dientes frente a una temerosa población local que desea pasar el trámite en el control militar de turno lo antes posible, aunque las dilaciones deliberadas son habituales. Lo explica el citado sargento: "Cuando tienes un arma y pides algo a un palestino le estás forzando. Tiene miedo. El árabe puede decirnos: 'Sí, toma, no hay problema'. Sabe que puedes perseguirle si dice una palabra fuera de lugar".
"Recuerdo", dice el suboficial, "mi primera vez en un control militar. Vino un grupo de reservistas para enseñarnos. Uno de ellos vio un taxi repleto de gente. Salieron [los palestinos] del taxi y comenzaron a pedirles las identificaciones y a buscar en las bolsas. Uno encontró una camiseta original del Real Madrid, y me preguntó si la quería. Si hubiera querido me la habría quedado".
El portavoz castrense replica: "El Ejército aboga por el respeto de los derechos humanos y condena tajantemente todo maltrato o uso de fuerza injustificado contra la población civil. Cuando se hallan irregularidades se investigan independientemente". Las ONG israelíes rechazan sin ambages declaraciones de este tipo. A tenor de las condenas a soldados en los últimos años, que tienden a cero, los abusos serían cosa de la imaginación.
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