Amor al conocimiento
La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se fundó en 1910 y, hace unos días, el Premio Príncipe de Asturias ha reconocido su excelencia concediéndole el galardón de Comunicación y Humanidades. La noticia ha llegado a México como una bendición. El país se había convertido en los últimos meses en la referencia más fácil para identificar el desastre. Por todos los problemas del narcotráfico, que ha mordido las entrañas de una sociedad pobre que vive al lado de los más ricos. Luego le tocó el sambenito de ser el lugar desde el que se transportaba el virus de la nueva gripe al resto del mundo. Así que fueron condenados, despreciados y mirados con la condescendencia con que se mira a los desahuciados.
Una universidad no se improvisa ni brota como un milagro. Forma parte de las tensiones de la historia de cada país, de sus vaivenes y pasiones, de las utopías que inspiraron a sus líderes y de los sueños que alimentaron a sus gentes. De todo eso hay en la UNAM.
Cuando nació, quiso tender un hilo con la otra universidad que tenía allí vocación de llegar a todos y que se había fundado en 1551. Así que surgió haciendo un guiño a la tradición, pero con ganas de que llegara a todos y que a todos formara, que abriera México al futuro, que heredara la bandera del humanismo, del afán de perfeccionamiento y de la pasión por conocer.
Desde hace años, la UNAM aparece como la mejor de las universidades latinoamericanas en distintas clasificaciones, y todos los mexicanos que obtuvieron el Premio Nobel (tres en solitario, otra en dos organizaciones colectivas, y otros 10 académicos en una institución pública) estudiaron allí, como se formaron también en sus aulas los mexicanos que ganaron el Cervantes u otros Príncipe de Asturias. Tiene un lema: "Por mi raza hablará el espíritu". Se lo pusieron en 1920, cuando soplaban los vientos de una revolución que aspiraba a que el conocimiento ayudara a cambiar las cosas. Cuando los españoles derrotados llegaron exiliados a México tras la Guerra Civil, la UNAM les recibió. Y no ha dejado desde entonces de crecer, y sigue ahí: como ejemplo y referencia. Enhorabuena.
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