El mundo al revés de Sánchez-Cuenca
Malo es en política, como escribe Ignacio Sánchez-Cuenca (La derechización de los intelectuales españoles, EL PAÍS, 24 de mayo), negar la diferencia entre izquierda y derecha. Pero peor aún enmarañar sus significados hasta invertirlos, y en esto se afana cuanto puede el citado articulista. Su tesis: que buena parte de los intelectuales españoles, antes de izquierda, se han desplazado hacia posiciones conservadoras y derechistas. Claro, que a su juicio ejercían de progresistas al defender causas tan indefendibles como la dictadura del proletariado, el derecho a la autodeterminación de cualesquiera pueblos o las sangrientas ensoñaciones de ETA. Y al parecer se han pasado a la reacción cuando se enfrentan a los nacionalismos étnicos, de premisas manifiestamente antidemocráticas, o combaten el relativismo, como si ello fuera cometido exclusivo de la autoridad eclesiástica.
Uno daría el diagnóstico opuesto: que bastantes eran conservadores creyéndose lo contrario, mientras ahora sostienen causas más justas y con más robustos argumentos. Tales intelectuales fueron ambiguos ante el terrorismo, apologistas de un ingenuo pacifismo o enemigos de los malvados cuerpos represivos, según recuerda este fiero fiscal. ¿No habrá entonces que felicitarse de que hayan abjurado de esas estúpidas creencias en lugar de reprocharles su abandono?
Si ayer no bastaba con estar contra lo establecido para ser automáticamente progresista..., ¿es hoy requisito necesario y suficiente estar en todo y por todo a favor de la política gubernamental para merecer tan honroso título? Pues hay quienes califican de "tópicos exagerados y sin fundamento" referirse al catastrófico estado de nuestra educación; denunciar un sistema autonómico que quiebra la fortaleza del Estado y hace desiguales a los ciudadanos; o rebatir las políticas lingüísticas al servicio de alguna construcción nacional.
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