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España y los nuevos tiempos en Latinoamérica

En las últimas semanas hemos recibido mensajes demostrativos de los nuevos retos que España va a tener que afrontar en relación a América Latina, el área más relevante de su acción internacional, después de la Unión Europea (UE). Estos nuevos retos han surgido en el horizonte cuando nos aprestamos a celebrar los procesos de independencia de las colonias iberoamericanas al término de las guerras napoleónicas. Al planear estos fastos nada hacía pensar que emergerían.

España se había forjado en los últimos tiempos una imagen de retorno a América tanto como consecuencia de su entrada en la UE y su impulso a la cooperación Europa-Latinoamérica, como a través de esfuerzos propios como las anuales Cumbres Iberoamericanas, sus ayudas financieras bilaterales, los flujos de divisas que llegan a Latinoamérica como consecuencia de las remesas de sus emigrantes en España y las inversiones directas que algunas multinacionales españolas han desplegado en países del Nuevo Continente. Sin olvidar las aportaciones de España al Banco Interamericano de Desarrollo y otras instituciones internacionales, financieras y no financieras, que apoyan a los latinoamericanos.

La clave está en unir la acción propia con el papel de promotor de una relación estratégica con la UE

Como consecuencia de todo ello y también, por qué negarlo, de que la Administración Bush descuidó a Latinoamérica al centrarse en la lucha contra el terrorismo islamista, España había podido erigirse en lo que los británicos llegaron a denominar los Nuevos Conquistadores, recordando a quienes hace 500 años vincularon amplios territorios americanos a la Corona Española.

El hecho de que en los noventa del siglo pasado triunfara el liberalismo evitó que España y sus multinacionales recibieran críticas antiimperialistas como hubiera podido suceder si las inversiones españolas hubieran comenzado su penetración en Latinoamérica en los sesenta o setenta.

En los últimos años, no obstante, han empezado algunas desavenencias que han roto parcialmente el idilio. Algunas multinacionales españolas industriales (petróleo, gas, editoriales...) o de servicios (bancos, telecomunicaciones, suministro de agua...) que operan en Latinoamérica han sido objeto de amenazas o de políticas restrictivas en algunos países del Subcontinente por más que el Gobierno español haya tratado de mantener las mejores relaciones políticas con toda la región y por más que la Secretaría General Iberoamericana -muy apoyada por España- haya hecho mucho para evitar que las desavenencias llegaran a mayores.

Este decorado está cambiando rápidamente como muestran una serie de acontecimientos recientes: la Quinta Cumbre de las Américas, celebrada entre el 17 y el 19 de abril en Puerto España, ha vivido la aproximación de Obama a sus colegas latinoamericanos para superar pasados desencuentros de la etapa Bush; la oferta de diálogo de Obama a Cuba -de aún incierta acogida por La Habana- podría desbloquear no sólo las relaciones entre Cuba y EE UU, sino también normalizar las relaciones entre La Habana y la Organización de los Estados Americanos; la quincuagésima Asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo, celebrada en Medellín del 29 al 31 de marzo, en la que Estados Unidos se mostró flexible respecto a un aumento de recursos para el Banco regional pese a las pérdidas que ha sufrido por sus inversiones en activos tóxicos norteamericanos, e incluso el resultado de las elecciones ecuatorianas, que afianza en el poder al presidente Correa, el cual no ha mostrado reparos en expresar sus simpatías por Chávez, Evo Morales y Daniel Ortega, que siguen con su Alternativa Bolivariana para América Latina (ALBA) pese a las reticencias de Lula.

Todo ello parece mostrarnos un panorama en el que la vieja Doctrina Monroe de América para los americanos recobra cierta vigencia, máxime si se tiene en cuenta que algunos Gobiernos populistas latinoamericanos manifiestan un carácter marcadamente nacionalista y contrario a la inversión extranjera.

Por todo ello, España tiene que ir pensando cómo puede adaptarse a la nueva situación, en la que -si se confirma lo que está apuntando Obama- Estados Unidos puede volver a jugar un papel importante en Latinoamérica.

Por si esto fuera poco, pensemos que la depresión económica mundial está dejando huella en los países latinoamericanos más afectados por las caídas de precios de ciertas materias primas, y pensemos también en los problemas que la crisis de la gripe porcina va a suponer para la economía mexicana y otras economías conexas y para las empresas españolas con intereses en México: los hoteleros instalados en Cancún, las compañías de aviación que cubren la línea mexicana, las suministradoras de telefonía y abastecimientos y hasta algunas editoriales.

España tiene que seguir desarrollando su particular relación con Iberoamérica bajo el patrón de la Commonwealth británica o la Francofonía francesa, pero debe, y esto me parece fundamental, seguir complementando su acción bilateral con la perspectiva que nos aporta el poder mostrar a Iberoamérica que somos capaces de impulsar la "relación estratégica" entre la Unión Europea, América Latina y el Caribe, con objeto de que los países americanos no se vean abandonados a una renovada dependencia de los nuevos Estados Unidos.

Francesc Granell es catedrático de Organización Económica Internacional y académico de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras.

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