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Populismo y crisis británica

¿Cómo salir de la crisis? Es la pregunta que se hacen muchos británicos desde que se destapó el escándalo de las facturas de sus parlamentarios; escándalo que, día a día, cobra la apariencia de una verdadera crisis política e institucional. ¿Cómo salir de la crisis y, sobre todo, a quién beneficia? Éstas son las dos grandes preguntas que planean sobre la cuestión mientras el conjunto de la clase política se ve sometida a la presión de las revelaciones cotidianas del Daily Telegraph, un diario conservador que se hizo -probablemente los compró- con unos listados informáticos que le están permitiendo sacar a la luz los gastos de los parlamentarios y los comportamientos que juzga inapropiados. Por otra parte, el papel de los mecanismos que conducen a un periódico a ser a las instituciones británicas lo que el Washington Post fue al presidente Nixon es un aspecto más de la crisis.

Reino Unido sufre una superposición de crisis: financiera, ideológica e institucional

Lo que ya está claro es que este asunto ha supuesto para el Parlamento británico la pérdida de uno de sus privilegios conquistados a más alto precio, valga la expresión, y que le permitía administrar sus gastos e ingresos. Tras la dimisión del presidente de la Cámara de los Comunes, será sin duda una autoridad de regulación externa al Parlamento la que controle los gastos de los aforados, algunos de los cuales, en efecto, cometieron abusos (sobre todo reembolsos fraudulentos de gastos de mantenimiento de residencias secundarias).

Más allá de eso, todo el mundo coincide en señalar que Reino Unido ha entrado en un periodo de crisis constitucional. Resulta sintomático comprobar que éste viene a coronar una superposición de crisis sucesivas. En primer lugar, la crisis económica y financiera mundial: el país adoptó imprudentemente un modelo basado únicamente en la industria financiera a expensas de otras más tradicionales que Margaret Thatcher sacrificó y que los grandes países de la Europa continental supieron conservar. A continuación, la crisis ideológica del New Labour: el experimento capitaneado por Tony Blair consistió básicamente en adaptar los ideales de la izquierda a la tendencia dominante liberal, véase ultraliberal, de los años noventa, y en rechazar, por arcaico, el viejo modelo socialdemócrata, y eso que, precisamente, la actual crisis ha vuelto a poner de actualidad los clásicos instrumentos de la socialdemocracia.

Crisis institucional, pues. Pero en un país en el que las instituciones son objeto de un consenso y se apoyan en un "sentido común" compartido y no en una ley fundamental, la crisis será sin duda más difícil de delimitar. Si los países de derecho civil pueden salir del paso reescribiendo la constitución, enmendándola, modificándola, en Reino Unido, país de derecho consuetudinario, no será fácil definir un nuevo consenso. Máxime cuando se trata de una sociedad que se ha diversificado enormemente y ha pasado a ser multicultural y multiétnica en muchos aspectos. Mientras, los políticos tienen que vérselas con una opinión pública exasperada. La principal víctima es evidentemente la formación que gobierna: la del primer ministro Gordon Brown. El alcance de la primera sanción que tendrá que afrontar se conocerá la noche de las elecciones europeas y estará en función del resultado del Partido Laborista. Ya sea para intentar mitigarla o no, lo cierto es que Gordon Brown ha anunciado unas medidas de transparencia destinadas a los futuros diputados laboristas del Parlamento Europeo. Es sin duda una buena medida, pero también una forma de desviar la atención de la opinión pública británica: "¿Creen que en Londres se cometen abusos? Pues no pierdan de vista lo que ocurre en Bruselas". Una vieja técnica que huele a populismo en un país euroescéptico.

¿Populismo? En efecto, la Italia de Berlusconi no tiene el monopolio. Después de todo, ¿qué estamos viendo en Reino Unido? La cotización del Frente Nacional de extrema derecha sube, lo mismo que la de una formación soberanista antieuropea y antisistema, el Partido Nacional Británico (UKIP). Si el auge populista se confirma, estas formaciones extremistas podrían relegar al Partido Laborista a la cuarta posición, detrás de los conservadores, que van en cabeza, y de los liberales demócratas. En tal caso, Gordon Brown se vería obligado a convocar elecciones generales rápidamente -pese a que le correspondería permanecer en su cargo un año más-, con la esperanza de recuperar la confianza de aquí a entonces, pues la recuperación económica está prevista para comienzos de 2010. En todo caso, para Gordon Brown la ecuación es particularmente compleja, y el anuncio de una reforma constitucional representa, tanto para él como para los laboristas, una última carta que jugar.

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Traducción: José Luis Sánchez-Silva.

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