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Laboratorios del eureka criminal

La Policía Científica de Sevilla se enfrenta a delitos cada vez más complejos

Javier Martín-Arroyo

El trabajo oscuro, analítico y sosegado de los agentes de la Policía Científica gana cada día más relevancia. Las técnicas se depuran y los descuidos más nimios pueden hacerles cantar eureka. Desde un pelo que cayó en el forcejeo con la víctima hasta un hueso de aceituna que el confiado criminal dejó en un cenicero antes de marcharse. Estos sabuesos de bata blanca rastrean cualquier detalle en busca de huellas o células con el chivato infalible: ADN. "No existe el crimen perfecto, sólo una inspección ocular deficiente", recuerda la inspectora Ana Belén Gómez, jefa del grupo de Inspecciones Oculares.

Biólogos, químicos, farmacéuticos y técnicos entran en escena cuando el delito se ha cometido. Abren el maletín y sacan los bastoncillos, cámaras, herramientas y reactivos químicos para tomar huellas y todo tipo de pruebas que aporte luz al caso. "Nos traemos toda la basurilla, como el Lipasam (servicio municipal de limpieza sevillano)", añade con sorna Gómez. Para tomar muestras de donde extraer el ADN es necesario usar guantes, mascarillas y sobre todo no hablar ni estornudar. "El riesgo más grande es la contaminación de muestras", ilustra Mariano Perelló, biólogo y responsable del laboratorio de ADN de la Jefatura de Andalucía Occidental.

El trabajo del laboratorio de ADN se ha multiplicado por tres en un año
Desde 2007 la ley obliga a tomar muestras en el 90% de los delitos

A diferencia de la investigación de la Policía Judicial, la Brigada de Científica no maneja tesis ni tiene líneas de investigación. Se limita a los hechos y a corroborar las pruebas recogidas. Si su eficacia se hubiera implantado por ley hace una década y la verdad científica se hubiera impuesto, Dolores Vázquez no habría sido detenida, juzgada y encarcelada por el asesinato de la joven Rocío Wanninkhof. Y el perfil genético del inglés Tony King le hubiera delatado antes para evitar así la tormenta mediática y el posterior y gravísimo error judicial.

El trabajo de la Brigada se multiplica a velocidad de vértigo. Hace sólo dos años que se inauguró la nueva sede sevillana y algunos departamentos ya acumulan las cajas en los pasillos por falta de espacio. El laboratorio de biología es un buen ejemplo: si en 2007 tramitó 2.049 asuntos, en 2008 la cifra se multiplicó por tres hasta los 7.094. "El volumen de trabajo es bestial", confirma Perelló.

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Desde 2007 la ley obliga a tomar muestras de ADN en el 90% de los delitos (secuestros, atracos, homicidios, violaciones, robos, etc.) para reducir al mínimo el riesgo de error. Esto ha disparado la tarea de estos especialistas. La carga del laboratorio químico, que analiza todo tipo de drogas y técnicas para acelerar la combustión en los incendios, no es menor. Sólo desde el pasado enero han tramitado 8.000 asuntos. "Tenemos que llegar donde el ojo humano no llega", ejemplifica su responsable, Antonio Luis Agüí.

En el departamento de Lofoscopia, los agentes piden al ordenador información sobre decenas de huellas dactilares. Los agentes de balística analizan la procedencia de los proyectiles y las armas. En el área contigua combaten a la falsedad documental: billetes, cheques bancarios, entradas de fútbol y todo tipo de falsificación que genera dinero.

Pero, sin duda alguna, el laboratorio de ADN es la estrella de la Brigada. En una gorra, un casco o una colilla, las muestras delatan a los sospechosos cuando menos se lo esperan. "Aquí no hacemos magia ninguna", apunta Perelló. Pero cuando en la pantalla aparecen los 16 indicadores que identifican la secuencia genética de un sospechoso, parece que está a punto de quitarse la chistera.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.

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