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Columna
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Vascos en Madrid y Marte

"¡Marinero, / siempre te hallas inquieto, de lecho / la mar azul salada, de techo / la ligera nube celeste. En los ojos / la cruda luz de las estrellas! / Balanceándose / el velero embrujado. / Por ello, por ello no olvides que te espera, / que te espera alguien / en la costa". (Marinela, / Zuk bethi ezi-egona! / Ohetako, / itxaso gazi urdina! / Teilatutzat, / zeruko hedoi arina! / Begietan / izarren argi gordina! / Kulunkari, / beladun untzi sorgina / Hargatik, hargatik, / ez gal gogotik, / zure goait, / zure goait / Dagola norbait, / itsas-hegitik!).

El poeta Jean Baptiste Camoussarry escribió este precioso poema hace dos siglos y podrán leerlo y disfrutarlo junto con muchos más en la Poesía vasca. Antología bilingüe (UNED) del profesor Patricio Urquizu, que se ha empeñado (y lo ha conseguido) en reunir en esta obra, la más completa al día de hoy, una tradición poética que va de la Edad Media hasta nuestros días y que se hunde en las eternas inquietudes y angustias del alma humana como la naturaleza, la búsqueda de sentido de la vida, el amor y la muerte. Los que asistimos a la presentación de este libro en Madrid nos sentimos por momentos transportados a los verdes valles de una tierra poética, mítica, moderna, a la que tanto mal le ha hecho la mucha sangre derramada y la intolerancia. Pero volvamos a la poesía que, al final, como demuestra esta antología, es lo que queda. No hay fronteras ni tiempo que sirva de dique a las palabras (sea cual sea su lengua), cuando esas palabras contienen las emociones que nos hacen humanos. Quizá por eso Urquizu presentó la poesía vasca como "patrimonio de toda España, de Europa y de la humanidad" y la considera un elemento clave para el conocimiento de la prehistoria e historia de nuestro país.

Científicos de la NASA han puesto nombres de Cercedilla, Guadarrama y Madrid a tres rocas del cráter Victoria

La verdad es que cuando se habla de que la literatura es universal, porque lo que cuenta va más allá de la mesa y la silla en que se ha escrito, porque funciona en una frecuencia que es capaz de llegar muy lejos, hay que entenderlo en sentido literal. Dentro de nada escribiremos y leeremos en la Luna (el 17 de junio se inician los preparativos para el regreso del hombre a nuestro satélite natural) y en Marte, y esta sección de EL PAÍS, dedicada a nuestra Comunidad, tendrá también que ocuparse de qué ha sucedido en los Cercedilla, Guadarrama y Madrid marcianos, porque esta semana nos hemos enterado de que científicos de la NASA han llamado con estos nombres a tres rocas del cráter Victoria. ¿Por qué? Parece ser que no hay ningún motivo claro. Parece que ha sido un gesto espontáneo. Puede que alguno de dichos científicos -ninguno es español- viniera por aquí a pasar unas vacaciones y el paisaje de nuestra sierra le llegara tan hondo que le ha hecho ilusión trasplantarlo al planeta de los canales, las colinas azules, las casas con columnas de cristal y los libros de metal, como los describía Ray Bradbury en sus maravillosas e intemporales Crónicas marcianas.

Los libros seguramente no serán de metal, ni de papel, por ese entonces ni siquiera serán electrónicos, pero lo que es seguro es que habrá un medio por el cual inventar historias sobre el cráter Victoria y sus famosas rocas madrileñas. Por lo pronto, gracias a esos dos todoterrenos llamados Opportunity y Spirit -nombres que de alguna manera resumen el alma aventurera del conquistador: espíritu y oportunidad- sabemos que hubo agua por allí y también que lamentablemente no existen marcianos espectrales con rostros de plata, orejas talladas en oro y labios adornados con rubíes conduciendo naves sobre mares de arena. Aunque siempre nos esperarán con los brazos abiertos en el libro de Bradbury, y de alguna manera tanto han calado en nuestra imaginación que los terrícolas nos hemos ido pareciendo a ellos clavándonos piercings por orejas, narices, labios y cejas.

Ahora bien, también Bradbury nos alerta sobre el peligro de trasladar allí lo peor de nosotros mismos y aniquilar la civilización y las cualidades de esos imaginarios seres invadiéndolos con gasolineras, con hamburgueserías, con centros comerciales, con nuestras costumbres y rutinas. ¡Estos extravagantes terrícolas! Probablemente no será con gasolineras ni con hamburgueserías, pero los invadiremos con otros inventos, de eso no hay duda, y los madrileños haremos millones de kilómetros para sentarnos a comernos el bocadillo sobre Cercedilla, Guadarrama y Madrid. Y nos quedaremos mirando el cielo estrellado mientras pensamos: "¡En los ojos / la cruda luz de las estrellas! / Balanceándose / el velero embrujado".

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