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Columna
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Bigamia

Escribo a mitad de camino entre dos acontecimientos cruciales: la investidura de Patxi López como primer lehendakari socialista y el debate de mañana sobre el estado de la nación. Y al reflexionar sobre su coincidencia en el tiempo he notado que hay una extraña simetría oculta entre ambas encrucijadas, que es la de poner en cuestión el callejón sin salida al que conduce la soledad política frente a las indudables ventajas de la bigamia que permite jugar a dos bandas. Encerrado en su búnker soberanista, Ibarretxe estaba solo sin nadie con quien pactar, mientras que Patxi López ha podido elegir entre pactar con el PNV, a la manera de Jáuregui con Ardanza hace 22 años, o hacerlo con el PP de Basagoiti, como ha decidido finalmente.

La política del péndulo permite cambiar de pareja para practicar la alternancia sin perder el poder

Pues bien, mutatis mutandis, Zapatero se encontrará mañana ante un dilema semejante. En su investidura del año pasado optó por prescindir de la mayoría parlamentaria para gobernar en soledad al estilo Ibarretxe. Pero eso le ha conducido a un callejón sin salida equivalente al del lehendakari saliente, pues ahora no tiene quien le apoye en las Cortes mientras el PP logra acordar contra él pinzas puntuales con los nacionalistas catalanes y vascos. Y para recuperar la iniciativa política, Zapatero tendría que arrodillarse ante sus antiguos socios catalanes (como le ha exigido figuradamente el portavoz de ERC), ofreciéndoles acceso ilimitado al déficit presupuestario.

Por eso, frente a la incómoda soledad monogámica de Zapatero o Ibarretxe, nada mejor que la bigamia política que ahora le va a permitir gobernar Euskadi a Patxi López. Una bigamia que ha sido desde siempre la estrategia ambivalente del PNV a lo largo de su centenaria trayectoria, combinando el doble juego autonomista e independentista para construir así su hegemonía política. Es lo que dos historiadores, Santiago de Pablo y Ludger Mees, han bautizado como El péndulo patriótico (Crítica, 2005). Un péndulo oscilante entre el nacionalismo radical y el moderantismo centrista que el lehendakari Ardanza supo conducir con tacto y mano izquierda gracias a sus alternantes emparejamientos con socialistas y soberanistas. Un péndulo que después rompió su sucesor, al optar por alinearse con la izquierda abertzale en el pacto de Lizarra, lo que implicó su divorcio definitivo de los socialistas y su encierro suicida en el búnker autodeterminista del plan Ibarretxe. Pero un péndulo que ahora ha retomado el nuevo lehendakari socialista (ya que el PNV no está en condiciones de reanudarlo todavía), al estar en disposición de tener como compañeros de cama tanto ahora a los populares de Oyarzábal y Basagoiti (quién habló explícita aunque figuradamente de tener sexo político con él) como en el futuro a los nacionalistas moderados de Imaz o Urkullu.

La política del péndulo es, pues, una estrategia bígama, que permite cambiar de pareja para practicar la alternancia sin perder el poder. Para lo cual hay que tener la flexibilidad de un junco (es la metáfora que gusta a los peneuvistas), estando permanentemente dispuesto a contraer compromisos cambiantes: título de un célebre ensayo de Albert Hirschman (Shifting Involvements), el gran autor de la estrategia de desarrollo desequilibrado (o crecimiento antagónico) que permite navegar con el viento (o ascender a la cumbre en zigzag) dando bordadas alternantes de un lado a otro como hace la oscilación del péndulo. Sólo así se logra obtener esa clase de centralidad transversal que permite alcanzar la hegemonía cultural en una sociedad plural.

En política, la monogamia sólo conduce al aislamiento, al declive y, finalmente, a la insignificancia. Es la lección que aprendió el PP con Aznar, quien practicó el péndulo pactando con los nacionalistas durante su primera legislatura pero luego lo rompió, para perder el poder ignominiosamente durante la segunda. Por eso Rajoy pretende ahora reconstruir una estrategia de bigamia política alternando un doble juego con el nacionalismo periférico y con el españolista.

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Es la misma lección que ha terminado por aprender IU cuando ya es demasiado tarde para recuperarse, tras haber prosperado en el tiempo de la pinza de Anguita con Aznar. Es también la lección que está aprendiendo ERC, tentado de traicionar al tripartito para frenar su decadencia iniciando relaciones adúlteras con CiU. Y es la lección suspendida que el PNV tiene pendiente de aprobar, cuando recupere su capacidad de entenderse con el PSE. Una lección, en fin, que el hoy monógamo Zapatero no podrá olvidar, dada su evidente vocación por la bigamia que tendrá ocasión de exhibir en el debate de mañana.

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