_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Qué queda de nuestros amores?

Carlos Boyero

Echaban pestes verbales y escritas del cine académico, del que buscaba coartada intelectual adaptando a clásicos de la literatura, del énfasis y la esclerosis creativa, de los popes instalados, de la qualité. Descubrían el arte más puro en directores del cine norteamericano que siempre habían sido considerados artesanos sin que ellos hicieran el menor esfuerzo por quitarse la desdeñosa y equivocada etiqueta, reivindicaban con amor a francotiradores líricos como Nicholas Ray o volcánicos como Samuel Fuller, reservaban su admiración incondicional en el cine patrio para directores con identificable y estilizado mundo propio como Jean Pierre Melville y Jacques Becker, genios humanistas y complejos como Jean Renoir, cómicos con toque poético como Jacques Tati.

Truffaut estrenó 'Los cuatrocientos golpes' en Cannes hace 50 años

Estos jóvenes irreverentes y consecuentemente airados escribían de lo que veían en la pantalla con tanta pasión como inteligencia, con estilo y capacidad vitriólica, sin medias tintas, sin pudor al declarar sus filias y sus fobias. Lo hacen en Cahiers du cinéma, en textos llenos de sentimiento y de furia que da gusto releer. Y está claro que a esa gente no le basta con teorizar, que están pidiendo a gritos una cámara para expresarse en imágenes, que en poco tiempo los opinadores van a transformarse en narradores de historias.

Han pasado 50 años del bautizo público de sus primeras criaturas. Ocurrió en el incomparable escaparate del Festival de Cannes, lugar donde François Truffaut había sido declarado años antes como visitante no grato por la ferocidad de sus juicios. Era coherente que muchas víctimas del niño terrible esperaran su ópera prima con las escopetas cargadas. Pero Los cuatrocientos golpes cerró el envenenado pico de sus enemigos y conmovió a todo tipo de espectadores. El desamparo afectivo y familiar del problemático niño Antoine Doinel, su vocacional enfrentamiento con la autoridad y los consecuentes castigos que padece, la sensación de no ser entendido ni querido por nadie, su encuentro final con ese mar que simboliza la libertad, poseían observación de primera clase y emoción contagiosa. Truffaut no estaba solo en Cannes. Le acompañaba en la sección competitiva su intelectual colega Alain Resnais con Hiroshima, mon amour. Ambos salieron bendecidos por el festival más trascendente del mundo. La puerta estaba abierta para que el destroyer Godard pariera sus inclasificables historias saltándose las reglas ancestrales y creando un lenguaje que va a alborotar lo establecido, para los cuentos morales del racionalista Rohmer, para la mordacidad de Chabrol, para los arriesgados y muy personales experimentos de Rivette.

"¿Qué queda de nuestros amores?", se preguntaba Charles Trenet en una canción inmarchitable. Por mi parte lo tengo claro respecto a aquella nouvelle vague que iba a purificar el cine. Recuerdo con renovada admiración y transparente amor a los difuntos Truffaut y Malle, aunque también realizaran algunas películas muy malas. Rohmer siempre ha hecho lo mismo con poderosa e inconfundible personalidad, no engaña a nadie, pero mi fascinación por esa gente que habla y habla está agotada desde hace tiempo. No soporto los poemas fílmicos (creo que así definen su obra los indesmayables fans) del productivamente maldito Godard, ni los ensayos poéticos o costumbristas de Resnais, ni el universo pretendidamente inquietante de Rivette. Pero puedo ver una y otra vez obras maestras como El pequeño salvaje, Mi noche en casa de Maud y Adiós, muchachos. Es lo que ocurre con los clásicos. Que no envejecen, que no se deterioran.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_