_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Santa Connie

Desafiando a las cámaras y a los remilgos estéticos tan propios de esta sociedad, Connie Culp pidió que sólo la juzgáramos por el nuevo rostro que la ciencia le ha dado comparándolo con el daño que recibió. Viene de otra dimensión, Connie, cuyo marido le disparó en la cara hace cinco años, destrozándosela. A él le metieron en la cárcel durante siete años (saldrá en dos). Ella recibió otro tipo de condena: 30 operaciones, dolores insufribles y, ahora, el rostro de otra para volver a ser ella misma. Para volver a hacer algo tan necesario como sonreír o tan imprescindible como salivar, alimentarse.

Su supervivencia y su aspecto actual convierten a Connie Culp en algo más que una mujer: yo la veo como una especie de símbolo de las desamparadas, una suerte de santa civil, brava santa que se erige en este mundo para recordarnos cuántas mujeres han sido apaleadas y escondidas en contenedores, cuántas descuartizadas, cuántas golpeadas y escarnecidas. En este mundo tan sensible a la belleza y tan insensible a la violencia contra las mujeres, incapaz de detener la sangría de adolescentes sacrificadas por la estupidez de unos críos impotentes, ganas dan de rezarle a santa Connie y pedirle: avísalas, diles que van a por ellas.

Pues sin duda no ha sobrevivido sólo para mirarse al espejo, como hacen tantas otras que se creen seguras.

A mí me gustaría que esta mujer fuera milagrosa, una bruja, que tuviera poderes. No para vengarse, sino para fundir, con sus ojos de bronce, las muchas formas de misoginia que se dan en la mayoría de las sociedades, maltratándolas porque su éxito humilla al macho, o pisoteándolas porque aún tienen leyes que se lo permiten.

Santa Connie Culp: los hombres malos no se atreverían a mirar a la cara, porque los volvería de piedra.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_