Shakespeare da otra oportunidad
Hace cincuenta años, cuando lo montó Peter Brook con John Gielgud, la crítica consideraba Cuento de invierno "un shakespeare de segunda fila". Ahora, se ha revalorizado: es una obra de ocaso sobre el amor, los celos, el paso del tiempo y el perdón, tan mágica y alucinada como Cimbelino y La tempestad. El rey Leontes, su protagonista, encarna la paranoia en estado puro. Anda cegado con la idea de que Hermione, su mujer, se la pega con otro monarca, y de que la hija que esperan no es suya.
La primera parte del montaje de Sam Mendes gira en torno a Simon Russell Beale, intérprete proteico del loco sobrevenido, destructor de cuanto ama. Russell Beale, el director y el resto del elenco sirven con brillantez el monólogo donde se desatan en espiral las sospechas de Leontes, el desconcierto de los cortesanos, la incredulidad de todos ante sus fabulaciones, y se enganchan en un par de diálogos íntimos morosos y algo apagados. Son el peaje que conduce a una segunda parte luminosa, disparatada y agradecida de principio a fin, en la que restallan el humor de Ethan Hawke y la alegría procaz de una fiesta pagana donde Mendes ha dado rienda suelta a su imaginación.
THE WINTER'S TALE (CUENTO DE INVIERNO)
De Shakespeare. Dirección: Sam Mendes. Madrid. Teatro Español. Hasta el 29 de abril.
Hawke, en el papel de Autólico, vagabundo, quinqui y embaucador, es el demiurgo que orquesta, guitarra en mano, esa suite de engaños, identidades falsas, bailes y canciones que constituyen lo más agradecido de este montaje. A él le toca también escuchar el relato de la anagnórisis y de la reconciliación, que Shakespeare sitúa fuera de campo para no restar fuerza a su último golpe de efecto: la visita de Leontes a la estatua de su difunta esposa, que cobra vida. Mendes hace de ése un momento mágico, apoyado en la belleza de Rebecca Hall y en la intensidad contenida con que Morven Christie remata su arrobadora interpretación de Perdita, la princesa que todos daban por muerta.