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Columna
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Cien días bien aprovechados

Francisco G. Basterra

El historiador británico Arnold Toynbee escribió que "no hay armadura que proteja del destino". A Barack Obama le ha alcanzado el destino pocos días antes de cumplir los primeros 100 días en la Casa Blanca, el próximo miércoles 29 de abril. Le ha golpeado la memoria histórica: el legado de Bush mal enterrado, con las torturas autorizadas por el presidente número 43 y diseñadas por su equipo de fundamentalistas, al margen de la ley y en nombre de la seguridad nacional, para obtener "resultados" en la lucha contra el terrorismo. La tormenta perfecta ha descargado sobre Obama, que no desea abrir un juicio sobre el pasado reciente de Estados Unidos. No puede aparecer como blando en la defensa frente a Al Qaeda ni desea abrir una causa general contrabrir una causa general contra su antecesor, que podría provocar un desgarro civil cuando Estados Unidos vive la mayor crisis económica desde la Gran Depresión. No olvidemos, con perspectiva histórica, un antecedente significativo: el perdón concedido en 1974 por Gerald Ford al presidente Nixon tras el escándalo Watergate. Sirvió para cauterizar heridas y unir a la nación en los difíciles momentos de la primera dimisión en la historia de un presidente.

Como le ocurrió a Kennedy en plena guerra fría, también a Obama se le ha aparecido el fantasma de la CIA

Como le ocurrió a John F. Kennedy en sus primeros 100 días, en plena guerra fría, también a Obama, casi medio siglo después, se le ha aparecido el fantasma de la CIA. Para JFK fue el regalo envenenado de Eisenhower y la CIA de Allen Dulles, con la invasión de Cuba por mercenarios con apoyo militar norteamericano que concluyó, en abril de 1961, con el fracaso de Bahía Cochinos y la consolidación del castrismo. Kennedy no se atrevió a suspender la invasión servida en bandeja por su antecesor republicano. Obama se vio obligado la semana pasada a acudir a la sede de la CIA, en Langley, a las afueras de Washington, para garantizar a sus agentes que no serán perseguidos legalmente por las torturas perpetradas contra supuestos terroristas islámicos. El presidente de EE UU ya ha topado con la razón de Estado y la zona gris de la política, que acaban encogiendo las promesas y los ideales morales del político en campaña.

Lincoln tenía razón cuando confesó: "No he controlado los acontecimientos, éstos me han controlado a mí". Pero la tozudez de las historias mal sepultadas, en España todavía lo debatimos, sólo empaña parcialmente el arranque fulgurante y, en gran medida, acertado de la presidencia de Obama. Lógicamente no puede reclamar aún logros importantes. Pero Obama sí ha demostrado que es capaz de hacer más de dos cosas a la vez. Aun siendo consciente de que la lucha contra la crisis hará o deshará su presidencia, ha atendido a otros frentes. Obama ha conseguido en este primer compás de su presidencia dos objetivos fundamentales. En primer lugar, ha obtenido la luz verde del resto del mundo para que sea EE UU, el país que ha infectado todo el planeta, quien refunde el capitalismo. Para ello utilizará las mismas instituciones que le han servido para mantener su hegemonía económica desde 1945. El fin del capitalismo tendrá que esperar.

En segundo lugar, Obama ha pasado la esponja para lavar la negativa imagen de EE UU consolidada globalmente tras ocho años de presidencia de Bush. Con sus promesas de diálogo entre iguales, de no imposición -"He venido a escuchar, no a dar lecciones", dijo en Europa- y reconocimiento de errores en Latinoamérica arrebata las banderas de las que se ha alimentado el antiamericanismo. Se trata de dar los primeros pasos para restaurar una cierta indispensabilidad de EE UU, ayudada por una China embebida en sí misma, y una Europa incapaz de traducir su peso demográfico y económico en influencia polío a Turquía y ha ofrecido un diálogo respetuoso con el mundo musulmán. Ha reconocido la importancia de Irán; ha reprogramado la relación con Rusia y anuncia un diálogo estratégico y económico con la poderosa China. Sin embargo, se le ha atragantado Oriente Próximo y plantea una nueva guerra en Afganistán mientras el radicalismo islámico amenaza con colapsar Pakistán.

Obama todo lo hace con sentido práctico. Salta por encima del proceso político y continúa en campaña dirigiéndose directamente a los ciudadanos. Utiliza como nadie el púlpito que le ofrece la Casa Blanca. Su ideología es el estilo, la visión de futuro, la promesa de un nuevo EE UU. Ha visto el otro lado del túnel o así nos lo hace querer creer. No nos engañemos, Obama rechaza el declive de EE UU. Probablemente crea que podrá ejercer durante años una hegemonía benigna. Como ha escrito Parag Khanna en su provocador libro, recién publicado en España, El segundo mundo (Paidós), "EE UU podría realmente incrementar su influencia si atempera su poder". Quizás Obama esté tratando de hacerlo.

fgbasterra@gmail.com

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