Polarización en Galicia
Lo cierto es que no es posible determinar con precisión la ecuación que regirá la trayectoria de la legislatura que se inició ayer. No será fácil decidir ni la velocidad ni la posición de las partículas políticas del período que se abre. Por supuesto, en su discurso de investidura Núñez Feijóo ha enunciado buenos propósitos como la moratoria para construir a 500 metros de la costa, le ha hecho guiños a las gentes de mayor sensibilidad democrática con atisbos de un programa regeneracionista -voto emigrante en urna, reforma de la CRTVG, Lei de Caixas-, ha abjurado de toda tentación clientelar y ha intentado comprometer a la oposición en aquellos asuntos -el Estatuto, el modelo de financiación, el AVE- que tienen un carácter de interés general para Galicia.
Los problemas de Feijóo no sólo van a venir de sus oponentes. Eso puede tenerlo por seguro
En ello ha seguido el guión: intentar atraer a una parte del electorado del bipartito y, al tiempo, dividir a la oposición parlamentaria. Núñez Feijóo ha hecho lo que debía hacer sin dejar de mostrar en las réplicas su lado más agresivo. Eso no quiere decir que su discurso no tenga fallas, ni que su camino vaya a ser de rosas. No sólo por la crisis económica que se verá abocado a gestionar con sus nuevos miles de parados, no sólo porque se ha acabado la época en que los gobiernos gallegos tenían margen para enormes inversiones sino, sobre todo, porque sabe que más de la mitad de los electores del país no lo han votado y que esa mitad ha aprendido que Galicia no es metafísicamente conservadora.
El hecho innegable es que Galicia se está polarizando. La campaña electoral no ha consistido, en realidad, en otra cosa que en la puesta de largo de esa fractura. Los medios de comunicación que forman el cinturón de hierro de la derecha invirtieron la agenda pública -crisis económica, paro- haciendo de la supuesta imposición lingüística y del despilfarro de Touriño los ejes de la labor de zapa. Incluso hay que registrar, como un dato de peso, que el periódico más vendido del país se convirtió en la terminal de esa labor de descrédito. Núñez Feijóo colaboró en ello. Ahora, desde el gobierno, ha de recoger lo que sembró.
Aunque Núñez Feijóo desearía tal vez decantarse por un galleguismo neutro y un centrismo refractario a toda polémica -por el dolce far niente del gobernante autonómico- lo cierto es que ése no va a poder ser el caso. Aquellos que también lo han votado -las gentes de Galicia Bilingüe- lo lógico es que le reclamen la puesta en práctica de lo que prometió. Ese 1,5 % de electores que se decantaron por UPyD harán lo propio. ¿Bastará la derogación del decreto 124/2007 para satisfacer sus demandas? Ni que decir tiene que los periódicos y medios de comunicación que se arrogan su participación en la victoria conservadora -desde El Mundo hasta ABC pasando por Intereconomía- tal vez tengan algo que decir. Los problemas de Núñez Feijóo no sólo van a venir de sus oponentes. Eso puede tenerlo por seguro.
No acaban ahí los factores de inestabilidad. Feijóo no es Fraga. No tiene su autoridad ni su carisma y eso lo hace más dependiente de las vicisitudes del PP central. Las veleidades que se permitía su predecesor no serán posibles. Nada de Administración única, ni de reforma del Senado. Nada de modelo bávaro y ni hablar de un galleguismo "en las fronteras de la autodeterminación" como en su momento sugirió Xosé Cuiña. Núñez Feijóo está más obligado a seguir las consignas de la calle Génova, algo que tal vez no le supone ningún esfuerzo, pero que le causará dificultades. Eso sí: intentará desviar el castigo de los electores hacia el Gobierno central, al menos hasta el momento en que éste sea ocupado por Rajoy.
Además, por raro que pueda parecer, no sabemos mucho acerca del nuevo PP. No sabemos por qué clase de cosa ha sido sustituido lo que fue un partido populista de fuerte raíz rural. El PP ha ganado las elecciones, pero ¿cuál es el mensaje de los electores? ¿Qué significado tiene su mayor peso urbano? ¿ Qué gradientes manejará desde el gobierno? El hecho de que en el tiempo que pasó en la oposición careciera de poder también en los principales concellos y en el Gobierno central facilitó que pudiera presentarse a la sociedad como un partido recién salido de la forja. El poder le obligará a perder esa inocencia sobrevenida y tal vez haga brotar divergencias internas como ocurrió en el pasado.
Eso es lo que Fernández Leiceaga y Carlos Aymerich intuyen. Ayer defendieron el legado del bipartito frente a los conservadores, y reafirmaron sus respectivas identidades políticas no sin echarle el guante a Núñez Feijóo. Practicaron un estilo berroqueño, pero no se cerraron a posibles consensos: ambos quieren margen para posibles acuerdos. Y aunque no pueden dejar de lado el hecho de que para construir una oposición solvente tienen que proceder a costosas reparaciones en sus casas respectivas, lo cierto es que PSdeG y BNG nunca tuvieron, desde la oposición, tan buena atalaya como hoy es el caso.
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