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Columna
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Neuropolítica

Neuropolítica, neuroética, neuroteología y hasta neuromarketing. Parece que vamos a oír hablar de todas esas extrañas disciplinas en los próximos tiempos. Así lo anuncian los expertos en neurociencias, especialmente desde la revolución que ha supuesto en este campo el descubrimiento fortuito de las neuronas espejo, hace menos de veinte años.

La cascada de experimentos que se han sucedido desde entonces nos ayuda a entender algo mejor ese laberinto de laberintos que es el cerebro humano. Lo cuenta -con la pasión golosa de quien tiene todo un mundo nuevo para explorar- Marco Iacoboni en Las neuronas espejo (Katz). Por mucho que intuyéramos que los seres humanos tenemos una rara capacidad para comprender las mentes de las personas con las que interactuamos, para saber qué hacen, qué piensan, qué sienten, no teníamos ni idea de cómo ocurre tal cosa. Ahora sí. Las neuronas espejo ofrecen una explicación neurofisiológica de las formas complejas de cognición e interacción sociales.

Resulta que entendemos los estados mentales de los otros simulando estar en la situación del otro, imitándole internamente, activando algunas de las mismas neuronas que cuando somos nosotros quienes ejecutamos esa acción. Así es cómo funciona la empatía y así es como los humanos nos comportamos como camaleones, seres que sincronizan -de manera automática y prerreflexiva- la expresividad facial, los gestos corporales, incluso la manera de hablar con las personas con las que interactúan.

Ese ser espejo de los otros no es ninguna panacea, claro. Imitamos tanto lo malo como lo bueno de los comportamientos ajenos. Y, desde luego, las neuronas espejo se activan más ante personas que consideramos afines a nosotros. Tomemos, por ejemplo, un experimento neuropolítico. En la primavera de 2004, Iacoboni y su equipo midieron la actividad neuronal del "cerebro partidista" mientras afiliados demócratas y republicanos miraban una serie de fotos de sus líderes (Bush y Kerry). Como era de esperar, los sentimientos de empatía e identificación con el propio candidato se reflejaban en una mayor actividad de las neuronas espejo ante su foto. Meses más tarde, se prosiguió con el experimento. Con resultados sorprendentes: los afiliados ya no mostraban esa actividad/identificación neuronal.

Veamos la hipótesis explicativa que se le ocurre a Iacoboni: debió de deberse "al cambio de clima político y al intenso uso de publicidad negativa y de ataques personales con el que ambos lados habían atosigado al ponente a lo largo del verano. En un clima tan tóxico, ¿cómo podía uno identificarse con el propio candidato y sentir empatía, aunque igualmente recibieran nuestro voto?"

¿Qué me dicen? ¿Tendríamos que sumar la neuropolítica a la infinita lista de ensayos de comprensión (sociológicos, politológicos, históricos, antropológicos o hasta zoológicos) de la cosa vasca?

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